jueves, 24 de abril de 2014

El Cuento de Sally




photo credit: TumblingRun via photopin cc


                                                                                        1                    

Ayer fuimos a visitar a Lucy. Sigo estupefacto, todavía no entiendo como se pudo escapar del manicomio y lo que es peor, no logro comprender la forma en que reaccionó al regresar a casa y dejar aquella prisión atrás. Clara ha estado insistiendo que no importa la condición de su madre, ella no está dispuesta a olvidarla. Para mí no ha sido fácil. No sé como lo logra manejar ella, a pesar de ser sólo una adolescente. Me siento impotente. Todavía no puedo creer que hace dos años perdimos a nuestra segunda hija. Mi bebé. 
    El parto fue complicado. Lucy, mi esposa, luchó hasta el último momento, pero Sally (ese iba a ser su nombre) se había enrollado con el cordón umbilical en el cuello, lo que provocó su asfixia. Ninguno de los tres lo pudo creer, aunque fue difícil para nuestra pequeña familia, aceptar la partida de nuestra hija, fue Lucy la que cambió por completo. Se levantaba por las noches a preparar la pacha para Sally, pasaba los días enteros ordenando y limpiando su cuarto. Claro que todos extrañamos a nuestra hija, pero salir a gritar su nombre en medio de la madrugada, es algo que aterra a cualquiera.
   No sabía que hacer, y lo primero que se me ocurrió fue buscar ayuda médica, pero nadie quiso ayudarme. Cuando vives en una granja en las afueras del pueblo, hay muy pocas personas dispuestas a ayudarte. Así que decidí mentirle acerca de un paseo. Le dije que necesitaba salir a respirar otros aires, que era necesario cambiar de ambiente. La respuesta fue un rotundo no. Así es que la semana siguiente elabore de mejor manera la propuesta.
     ––Noris me dijo que ayer vio una nueva tienda en el pueblo. Se dedican a la venta de ropa para bebés. 
El comentario la tomó desprevenida, continuo viendo la ventana de la sala, la que estaba enfrente de nuestros campos de trigo. Lentamente giró sus hombros y cabeza.
     ––¿Me llevarías? ––preguntó insegura ––. Hace tiempo he querido comprar nuevos gorros y frazadas para adorar el cuarto de Sally.
Todos los días al levantarse, se dirigía al cuarto de Sally y permanecía llorando en silencio, acostada en la alfombra rosada del cuarto de mi hija la menor, bueno, el cuarto que ella usaría. Sólo salía para comer o al ocultarse el sol.
     ––Por supuesto ––respondí con moderado entusiasmo.No quería que sospechara nada al respecto–– Solo tendrás que esperar que termine de lavar los platos, luego podremos ir.
A Lucy le pareció perfecto dejar la cocina limpia antes de retirarnos al pueblo.

    Los establos estaban a la distancia de un tiro de piedra de nuestra casa, de esa forma podíamos dormir tranquilos sin que los molestos ruidos de los animales nos molestaran por la noche. Randy y Rony eran mis caballos preferidos, negros como la noche sin luna. Los llevé a la parte trasera del establo, ahí teníamos el carruaje que habíamos usado solo tres veces. Lo compré hace dos años y medio, justo antes del parto de nuestra difunta hija. Quité la lona de color blanco que cubría el carruaje y ajusté los cinchos de los caballos al carruaje y me dirigí a la puerta de la casa. Lucy ya estaba esperando. Impaciente.
     ––De prisa ––dijo–– No queremos viajar hasta el pueblo y encontrar todas las tiendas cerradas.
 Estuve a punto de recordarle que apenas eran las ocho de la mañana y que ninguna tienda estaría cerrada, pero había aprendido a no contradecirla. Ella no toleraba discutir y yo no podía ver como se hundía más en su locura. Asentí sin decir palabra alguna.
   Subimos al carruaje. Yo estaba sentado en la banca de afuera tomando las riendas de los caballos. Mi esposa permanecía adentro, sola. De pronto escuche que hablaba con alguien. Disminuí la velocidad, pues no quise parar de tajo. Poco a poco corrí la cortina frontal del carruaje y la vi hablando con una muñeca. Era Sally, o eso pensé. ¿Quién más podría ser? Escenas como esas me partían el alma. Verla y escucharla hablar con una muñeca y todos los arrebatos sin sentido que tenían me mortificaban lentamente. Me atrevería a decir que verla en esa condición era más doloroso que la pronta partida de Sally. No le dije nada, me hice el loco y seguí sujetando a los caballos. Que curiosa esa frase, ¿no? Me hice el loco…

 Llegamos más rápido de lo que hubiera creído. Por primera vez, ese camino tan largo al pueblo me pareció corto. Me la pasé preguntándome si a caso me arrepentiría de lo que estaba apunto de hacer. Lo que más me asustaba era que Clara, mi primogénita, me odiara para siempre por quitarle a su madre. Por otro lado, no podía ignorar la salud mental de mi amada, no podía soportar la idea de que algún día hiciera una locura. Estaba tan absorto en ese dilema, que no me percaté de las dos horas y media que duraba el viaje de nuestra granja al pueblo. Pero ahí estábamos entrando bajo el gran arco de cemento de nuestra pequeña ciudad. Esa mañana las flores no brillaban igual, los pájaros dejaron de cantar. A pesar de ser una mañana cálida de primavera, en mi corazón todo era tormenta. En mis ojos lluvia y los colores que miraba eran de otoño. Lucy sacó la cabeza por la ventana izquierda del carruaje.
      ––¡Al fin llegamos! ––gritó de manera que toda la gente del pueblo la miro con recelo ––. Yo no hice más que fingir una leve sonrisa. Me estacioné lo mejor que pude. Los nervios me empezaron a traicionar en ese preciso momento. Me bajé y le abrí la puerta a mi esposa. Le tendí mi mano para que se apoyara al salir, pero ella salió de un salto.
     ––¿Dónde está la tienda?
     ––Está a la vuelta, pero tengo una sorpresa.
     ––Me gustan las sorpresas ––dijo, abriendo los ojos como nunca antes ––.Gracias por amarme sin condición. Esas palabras fueron como un clavo que traspasaba lentamente mi corazón.
     ––Primero tengo que vendarte los ojos, la tienda es nueva y tiene una decoración fabulosa. Todo el interior es color rosa.
     ––¡El color favorito de Sally! ––exclamó dando pequeños saltos y aplaudiendo con las manos. ––Será divertido. Es una lástima que Clara no esté con nosotros ahora.
     ––Ya sabes que la escuela es importante. Además a ella le encanta la idea de ir a estudiar ––afirmé mientras cubría los ojos de Lucy con una bufanda–– o mejor dicho, le encanta la idea de ir a ver a Estuardo.
    ––Ese muchacho no me agrada. ––hizo una pausa y continuo ––. Bueno, no es que sea malo, solo que no creo que Clara tenga edad para tener novio.
    ––Lucy, nuestra hija tiene 19 años, ya no es ninguna chiquita.
    ––Tienes razón ––asintió con una sonrisa de tristeza más que de alegría––. Mi chiquita es Sally. Vamos, llévame a esa tienda.

Las piernas me temblaban a cada paso que daba. Era una sensación extrañaba, sentía como si alguien me moviera el suelo. Pero me armé de valor y decidí que ese no era momento de dar marcha atrás y que si quería lo mejor para ella, debía estar dispuesto a pagar el precio, aunque fuera caro. Llegamos al final de la Calle Narden, donde el manicomio tenía sus instalaciones lejos de cualquier otro comercio. De manera que nadie podía escuchar los gritos y lloros de los locos ahí adentro. Nos recibió una señorita muy amable. Ella ya sabía que yo llevaría a Lucy con el engaño de la tienda de ropa para bebés.

      ––Te amo ––le susurré al oído y le dí un beso en la frente ––. Sabes que siempre lo haré.
Esas fueron las últimas palabras que le dije. Luego llegaron dos enfermeros, cada uno la tomo por los brazos y se la llevaron mientras ella con los ojos vendados trataba de soltarse, gritando sin parar. Una parte de mí todavía escucha esos gritos de desesperación. La muchacha del vestíbulo me prometió que la iban a cuidar lo mejor posible y que ahora podía dormir tranquilo. Por supuesto, ese era un consuelo barato y nada de eso se acercaría a la realidad. Salí del manicomio o del Hospital para Personas con necesidades mentales; ese es el nombre que ellos le dan a su Institución, pero vamos; tu y yo sabemos que es un m-a-n-i-c-o-m-i-o.

    Todavía no sabía exactamente que decirle a Clara, la verdad es que nunca lo había pensado. Es decir, si sabía que tendría que dar una explicación, pero nunca me preocupe por buscar una. El regreso a casa fue todo lo contrario. El camino fue eterno. Tenía la mirada fija en el centro del camino. Fija y vacía. Era como mirar a través de un anillo, lo puedes ver todo, pero no ves nada. No sé como expresarlo, pero a diferencia de lo que creas que yo estaba pensando, yo no sabía en que pensar. Ahí estaba sentado, sujetando las correas de los caballos, inerte, tan solo siguiendo los senderos. Llegué finalmente a casa, procedí a guardar los caballos en el establo, después de haber guardado y cubierto el carruaje. Me dediqué a preparar el almuerzo. Era alrededor de medio día y cociné, como lo hacía de costumbre.

No quiero escribir mucha acerca de lo que pasó cuando mi hija se enteró de lo que había hecho. Solo diré que aunque tuvimos una larga e intensa discusión, Clara terminó por entender las razones por las que había llevado a su mamá a un hospital para enfermos mentales. Lo entendió a la perfección, aunque nunca estuvo de acuerdo. Así pasaron los primeros días y semanas. Clara y yo no hablábamos. Solo nos comunicábamos por medio de sílabas. Dos monólogos no hacen una conversación, pero al menos empezábamos a comunicarnos más a menudo. Por mi parte, yo empecé a recuperar el sueño. Las noches dejaron de ser eternas, y aunque Lucy siempre me hizo falta, empezaba a tener cierta sensación de tranquilidad. 

Ahora, no me mal entiendas, en ningún momento estoy insinuando que me libre de una carga. Es solo que yo sabía que ahora estaría en un lugar donde la iban a cuidar de mejor manera, sin el miedo a que ella cometiera una locura y no supiera que hacer. La muchacha del manicomio me dijo que podía regresar a visitarla después de un mes. Me prohibieron presentarme antes de la fecha señalada. Luego de cuatro semanas los pacientes han logrado asimilar la idea de su nuevo hogar, y entonces es recomendable que puedan recibir visitas. Pacientes. Me gusta esa descripción para mi esposa.

               

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                                                                              2

  Nunca había detestado tanto el arroz y la sopa de pollo. No hay día que no tengamos que comer el mismo menú. Puedo comerlo una semana entera, pero treinta días de lo mismo es demasiado. Hoy no tengo duda alguna, al fin podré cenar trigo molido otra vez. Extraño la leche de nuestras vacas recién ordeñadas. El sabor es inigualable, pero lo que me ha vuelto una desquiciada es tener que soportar el encierro en esta cuarto. Ayer fue un gran día, Mateo y Clara me vinieron a ver. Las he extrañado mucho, en especial a Sally. No puedo dormir, necesito estar cerca de su cuarto. Mis ojos están hastiados de estás estúpidas paredes grises. Necesito ver la decoración color rosa de cuarto de Sally. Eso me trae paz. Cuando los vi entrar a la sala de visita, trate de controlarme. Las uñas me han crecido y estuve a punto de ensartarle los dedos en los ojos a Mateo. Los ojos me brillaban de rencor, la sangre me hervía. Podía sentir como la ira me calentaba todas las venas, pero no estoy tan loca como creen. Logré aparentar que los quería y que estaba muy feliz de verlos. De hecho, llevo dos semanas planeando esto, como para dejarme llevar por un torpe ataque de ira. Los abracé fuertemente mientras lloraba. Mis lagrimas eran sinceras, pero no de tristeza, dolor o nostalgia, sino de rabia. La expresión de mi rostro ha de haber reflejado alegría al verlos.
     ––Te hemos extrañado tanto. ––me dijo con los ojos llorosos––. Te pido que me perdones, pero no sabía que hacer. El doctor me dijo que has mejorado de manera increíble las últimas dos semanas.
      ––Estoy aprendiendo a superar el trauma de nuestra difunta hija. ––esas palabras lo tomaron por sorpresa, me di cuenta que trató de no parecer sorprendido, pero no pudo, siempre hace lo mismo. Soy su esposa y lo conozco. Tanto como él a mí.
      ––Siempre te has referido a Sally como si estuviera viva. 
      ––Ya no hablemos de lo mismo ––repuso Clara–– estoy contenta de volverte a ver mamá. Me has hecho mucha falta.
Hablamos alrededor de una hora, las manos y las piernas me temblaban, no sé si por sed de venganza o por querer salir corriendo, pero me las arreglé para parecer lo más cuerda posible. No había llegado a este punto para estropearlo todo. Tenía un plan perfecto y estaba convencida que funcionaría, si tan solo lo seguía al pie de la letra. Esa noche, después que me despedí de ellos, fuimos a cenar. Ahí estábamos las tres, disfrutando por primera vez nuestra cena. Azucena y Julieta tenían más de cinco años de estar en ese manicomio. Me había hecho amiga de ellas una semana después de haber llegado. Sabía con certeza que para escaparme de ese lugar iba necesitar ayuda y que mejor manera de convencer a un par de locas que no están bien de la cabeza, y se creen todo cuanto les dices.
     ––Mañana a estas horas estaremos respirando el aire de libertad. ––mencionaba esas palabras con tanta seguridad, que parecía un político––. La espera terminó.
     ––Gracias por tomarnos en cuenta, Lucy. Tu amistad es un regalo para nosotros ––las palabras de Julieta me dolieron, parecían tan seguras de que ellas se escaparían también pero me temo que eso no sucedió.
   Les dije que se fueran a dormir, que descansaran. Sólo unas horas nos separaban de mi escape. No quería que esas tontas arruinaran mi plan. Yo pude dormir por primera vez. La idea de estar de nuevo en casa me daba una sensación de sosiego, pero lo que más paz me daba era que al fin podría saciar mi sed de venganza. 

Amaneció. Durante el día me comporté de lo más normal, si acaso puedo así decirlo. La hora había llegado, el plan era perfecto. Hacía una semana que guardaba en una servilleta de papel, una pastilla efervescente para las agruras del  estómago. Solo necesitábamos escuchar la campana que indicaba que podíamos salir al patio para poder respirar el aire fresco.
   ––¡Ayuda, Julieta está convulsionando! !Alguien que me ayude!.
Nuestra amiga se retorcía mejor que una cucaracha recién aplastada. Escupía espumarajos y se golpeaba así misma. Las convulsiones eran el pan diario en nuestro hospital, pero ese día fue diferente, Julieta daba terribles gritos, como nunca antes se habían escuchado. Me impresionaron sus aptitudes escénicas. Es una lastima que fuera tan loca como para creer que yo regresaría por ellas.
 Las enfermeras corrieron de prisa a auxiliarla. No pienso perder el tiempo en contarles como me escapé. Sólo diré que fue muy sencillo, los guardias estaban almorzando a la hora que salíamos al patio y las enfermeras nos cuidaban en nuestro receso. El personal de cocina y limpieza se dedicaba a limpiar nuestros pequeños cuartos. En cuanto a la señorita de la entrada, fue un poco más difícil, o al menos doloroso para ella. Le quebré una maceta pequeña en la cabeza. Espero que solo se halla desmayado.



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Todavía no logro comprender como hizo Lucy para escaparse del Manicomio. Clara salió hoy en la tarde y regresará en la noche. Hoy es el baile de promoción de la escuela.

––¿Quién es?–– habían tocado la puerta. Es raro tener visitas después de las seis de la tarde.  Mientras baja las gradas y me dirigía a la puerta, volvieron a llamar. Acelere el paso, pues me imagine se trataba de una emergencia. Abrí la puerta y ahí estaba ella. Me miro con sus ojos negros y me dijo: Buenas tardes...

Me levanté inmediatamente. El corazón me latía tanto que me dolía. Esta completamente mojado y el sudor no paraba de correr por mi rostro. Nuestra cama es muy pequeña y cualquier movimiento brusco puede ser sentido en toda su superficie. Me di cuenta que Lucy se despertaba por mi repentino ataque de nervios. Entonces ambos escuchamos sus gritos a mitad de la noche. Eran las dos de la mañana y era mi turno de alimentar a Sally. Todo había sido un mal sueño.




photo credit: antonio rojilla via photopin cc


martes, 15 de abril de 2014

El precio de la Mentira


photo credit: Pierre Metivier via photopin cc 

En la primera entrada comenté que desde hace tiempo había tenido la inquietud de hacer un blog, pero que fue hace poco que me decidí hacerlo. Hoy quiero contarte las razones que me terminaron de convencer para que empezara a escribir aquí.

Recientemente vi un vídeo de una conferencia de Ray Bradbury, en donde él brindaba algunos consejos para aspirantes a escritores. Uno de ellos era un desafío, donde se debería de  escribir un cuento semanalmente. Ray creía que después de 52 semanas consecutivas escribiendo un cuento, alguna historia interesante tendría que surgir. A medida que la escritura se practicaba como una rutina de ejercicio, las probabilidades de contar historias de mejor manera, aumentarían. Me pareció interesante la propuesta. Hasta ese entonces ya había terminado de escribir el cuento sin nombre. Dicho cuento me tomó varias semanas por escribir. Si bien lo escribí en tres ocasiones diferentes, sí pasaron varias semanas de por medio para que lo terminara.

Como no tuve ningún tipo de presión por terminarlo, me tomé mi tiempo. Ahora las cosas son distintas, ya que me he propuesto escribir un cuento todos los domingos. Una cosa es escribir algo, otra muy diferente es publicarlo, aunque se trate de un sencillo blog.

La segunda razón y probablemente la de mayor peso fue el efecto que causo en mi, la clase de Eduardo. Hace unos días me inscribí en un taller de escritura creativa. Dado que esta necesidad por decir algo, aunque no tenga claro lo que quiero decir, se ha hecho cada vez más latente. Ayer hablamos de varios temas, pero uno de los que más me llamó la atención fue la reflexión final que Eduardo, mi maestro, hizo al final de la clase.

––Nosotros los guatemaltecos no somos directos, nos gusta ir por las ramas.
––Cero directos ––dijo el colombiano.
––Lamentable aceptarlo, pero cierto ––concluyó Rocío–– damos muchas vueltas para hablar.

La próxima semana discutiríamos nuestros proyectos de escritura. Ahí estaba yo, indeciso. No sabía si debía compartirles el enlace de mi nuevo blog. En los pocos días que tenía de conocerlos, pude darme cuenta que era personas muy analíticas, metódicas hasta cierto punto. Eduardo estaba por concluir la clase, justamente cuando alzaba mi mano.

––Quiero compartirles un pequeño proyecto de escritura. Acabo de abrir un blog, no es la gran cosa. Pero me gustaría me pudieran dar su opinión al respecto.

Titubeé al hablar. Quise restarle importancia a lo que estaba diciendo, lo cual es absurdo, dado que en toda la clase me debatía en el dilema interno sí decirles o no.

Me despedí de todos mis compañeros. Al salir por la puerta principal del salón me empecé a arrepentir de lo que había hecho. No había forma de que mi blog les pudiera parecer interesante a personas como ellos. Roberto es un psiquiatra, José es doctor en leyes. Rocío es poeta. Javier, el colombiano, ingeniero industrial. No estoy exagerando, mucho menos inventando una historia. En el momento que les dije el nombre de mi blog todos tomaron su lápiz o lapicero y empezaron a escribirlo en sus cuadernos de apuntes. En ese momento me di cuenta que era muy probable que lo iban a revisar durante el transcurso de la semana. Ya era demasiado tarde para arrepentirse. Solo me restaba pensar en una entrada que fuera lo suficientemente buena, si bien no para impresionarlos, por lo menos para obtener una buena crítica respecto a mi blog.

Durante todo este día he pensado acerca de que escribir, y he llegado a la conclusión de que no estoy dispuesto a convertirme en escritor mediocre. Me rehuso a la idea de escribir para gustar y me alegra que mi maestro de escritura y mis compañeros, al igual que tú, se encuentren leyendo esta entrada.

La vida es eso que pasa mientras pasamos buscando la aprobación de otros. Nos convertimos en mártires de nuestros propios sueños y anhelos, con tal de agradar a quienes nos rodean. Las críticas nos duelen. Les huimos como un prófugo huye de la justicia. Evitamos las confrontaciones en la medida que sea posible. Buscamos consejos mediocres que solo confirme una decisión ya tomada. Sólo de esa forma podemos tener la conciencia tranquila, sabiendo que alguien más nos aconsejo hacer aquello que ya estaba decidido.

Andamos por la vida con un rotulo que dice "Se compran mentiras". No se mira, ni se toca, pero es tan real como el aire que respiramos. Las mentiras son gratis, pero cuestan mucho. Sacrificamos la verdad por un consuelo banal. Preferimos un "después de todo no estuvo tan mal". Por lo general preferimos hablar con alguien que nos oiga, que con alguien que nos reta a superar a nosotros mismos. Nos sentimos aludidos cuando "después de todo" no dejamos de diferenciarnos del guatemalteco promedio. Comparamos mentiras cuando nos conformamos con palabras de ánimo vacías de sustancia, en lugar de palabras que incomodan y que como parte de un efecto domino provocan un cambio. 


Ya lo había dicho antes el rey Salomón: "Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto." La mediocridad es gratis, pero cuesta todo.


Por cierto, ya quiero que sea lunes. Mis compañeros, seguramente, tendrán observaciones interesantes para mí.


photo credit: Bindaas Madhavi via photopin cc 





lunes, 14 de abril de 2014

El silencio ya no me habla

¿Cuándo fue la última vez que comiste en silencio?

Claro, ya sé que hablar con la boca llena es de mala educación, pero la verdad es que todos hablamos mientras comemos. Hablamos a la hora de la refa. Conversamos con la familia en la mesa. Disfrutamos salir a comer con los amigos. De hecho, comer y hablar es algo que está sumamente unido, más de lo que parece.

¿Cuándo fue la última vez que saliste a comer con nadie más que contigo mismo?
Probablemente la respuesta sea "no recuerdo".

Estoy seguro tampoco recuerdas, cuando fue la última vez que te sentaste solo(a) en la mesa de tu casa, ya cuando todas se habían acostado, y te dispusiste a comer sin tener que revisar el celular, mientras digerías los alimentos.  Las personas le huyen a la soledad, porque les da miedo el silencio. Les aterra la idea de escucharse  así mismos. Los celulares y los reproductores de música nos brindaron un cáncer discreto. La idea de manejar en el tráfico sin tener el radio encendido es casi una utopía. Tenemos una necesidad de estar oyendo algo, y no precisamente porque practiquemos el valor de escuchar, sino por que no tenemos ni idea de que hacer si nos encontramos en silencio. Llamamos a nuestros amigos y mientras esperamos que ellos contesten, tenemos que escuchar el backtone de alguna ridícula canción pop, simplemente para "hacer" algo mientras nos contestan.

Es curioso que ahora la idea de adorar a Dios tiene que ver con música. Se nos olvida que Jesús pasaba las noches enteras orando, en silencio. Ya perdimos de vista que la música también tiene que ver con ausencias de sonidos, con pausas. 

El silencio no  necesariamente refleja la ausencia de cosas por decir, algunas veces representa precisamente lo opuesto. Las conversaciones más largas usualmente se dan sobre una almohada y en silencio. Un abrazo en silencio es un poema que dice mucho. Las palabras sobran y las miradas y la sonrisa completan. Por eso las parejas saludables disfrutan del silencio.


Lograr que leyeras esta entrada fue la única forma que encontré para ser eco dentro de tí, sin hablarte. Cuando dejamos de escuchar el silencio, éste deja de hablarnos.