lunes, 5 de mayo de 2014

Sol y Luna

-Esta es la continuación del cuento anterior, narrado por nuestro amigo el sol-


Luna.
Hermosa y tierna.
El calor de sus manos tiene la fuerza de un volcán. 


Sol.
Incansable, niña audaz.
Su rostro me recuerda a la risa de los ángeles. 


La tarde del veinticuatro de abril del año pasado fue el día que la citaron. Se disponía a llegar sola, pero su familia se opuso. Todos se verían afectados por la noticia, para bien o para mal. El jefe la había citado a las dos de la tarde. Esperaban la decisión final de la empresa, como agricultor que espera lluvia tardía. Los cuatro iban vestidos con sus mejores prendas, como si eso les fuera a ayudar en algo.  El calor era insoportable, fue mi culpa. Lo siento. Yo espiaba por la ventana, quería saber que pasaría al final. Ví como uno por uno fue vencido por la ansiedad. Por si acaso no lo sabías, esperar cansa.

Cinco de la tarde.
La puerta se abrió de golpe y el ruido los despertó, a todos a excepción de Sol. Sabe Dios lo que pasaba por la cabeza de esa niña, pero ella no se durmió. Tenía esperanzas.
El esposo fue el primero en reponerse seguido por su esposa. Ambos recobraron la compostura y fingieron su mejor sonrisa. Luna ni se molestó en abrir los ojos. Era ciega.




photo credit: bass_nroll via photopin cc

El Jefe los llamó a su oficina para darles la respuesta. Las hermanas esperaban afuera. Taiyō cantaba una canción que se había inventado acerca de los colores. Mūn solo aplaudía y se reía, con ese brillo que solo ella tenía. Diez minutos después los padres de las niñas salieron como quién camina en un país extranjero, con la mirada perdida. Sin saber a donde ver y que dejar de ver. Ninguno mencionó palabra alguna, tomaron a las niñas por las manos y se fueron a su casa. Antes de abrir la puerta, la madre de las niñas se hincó y con una sonrisa forzada les dijo:

–– Tengo dos noticias, una buena y otra mala. ¿Cuál quieren escuchar primero?
–– La buena ––respondieron ambas al unísono–– primero la buena notica.
–– La compañía no me mandará fuera de Japón. Pero debo de ir al otro lado del Lago Inawashiro, por un tiempo. –– dejó de sonreír.
–– ¿Por cuánto tiempo preguntó Taiyō?
–– Solo serán un par de semanas, yo cuidaré de ustedes. Todo saldrá bien, cuando su madre regrese iremos a visitar a los abuelos.

Los cuatro se abrazaron y las niñas, a diferencia de lo que puedas estar pensando, estaban felices. 

Para ese entonces, el atardecer había terminado y mi tiempo de ese lado del mundo también. Anochecía.



* * Una Traducción * *
太陽 = Taiyō = Sol 
ムーン  =  Mūn = Luna 



Al otro día fueron a despedir a su madre al embarcadero. La empresa estaba creciendo y necesitaban analistas de riesgos en la nueva planta que se encontraba al otro lado del Lago Inawashiro. El padre y las niñas regresaron a casa, era domingo  y tenían todo el día libre.

Todas la tardes las niñas salían a jugar con su papá. Eran felices, a pesar de la ausencia de su madre. Taiyō, la más pequeña, tenía una forma ver el mundo sorprendente. Siempre estaba feliz, corriendo de un lado para otro. Escribiendo y pintando. Silbando y saltando. Mūn, la hermana mayor, no veía el mundo así. No por que no quisiera, si no por que no podía. Era ciega de nacimiento, pero aún así miraba el mundo a través de sus otros sentidos. Conocía el color de las rosas por el aroma que emanaban. Su corazón nunca estuvo en tinieblas, pues cuando palpaba y abrazaba todo su interior se iluminaba. Ella no necesitaba de mis rayos de luz, de mi calor. Ella no necesitaba al Sol. Su espíritu afable ahuyentaba cualquier oscuridad.





photo credit: Frederic Mancosu via photopin cc


Pasaron meses y la madre no volvía. Llegó el invierno y ella no volvía. Pero aún así las niñas siempre encontraban una forma para ser felices. Eran inseparables, nunca he conocido a nadie como ellas, y es por eso que cuento su historia. 

Los días de invierno fueron los mejores. Ambas sufrían de asma y la madre nunca dejó que se mojaran, ya que eso sería peligroso para las niñas. Pero al ver que la madre no volvía, y que las niñas insistían todos los días en jugar bajo la lluvia, el padre finalmente accedió. 

Compró dos capas impermeables en el nuevo centro comercial y dejó que sus dos pequeñas disfrutaran de la lluvia. Esa tarde fue como ninguna otra. Algo mágico sucedió. Era la primera vez en su vida que podían caminar bajo la lluvia.  Taiyō corría de un lado para otro, Mūn no podía, no miraban. Y fue entonces cuando ocurrió. Yo apenas podía ver, el cielo era gris y las nubes se cruzaban mientras miraba a las niñas.


Mūn extendió las manos con las palmas hacia arriba. Por un momento permaneció inerte, y con ella se paró el tiempo. Sentía el leve cosquilleo que las gotas de lluvia provocaban al caer sobre bellas manos. Entonces empezó a reír y a llorar. Taiyō dejó de correr y se acerco a su hermana mayor. Mūn lloraba de felicidad, y su padre que las observaba a la distancia, con un paraguas, ni se percató de las lagrimas de su primogénita. Se escondían con la lluvia.

––¿Por qué lloras Mūn? ––preguntó un poco consternada su hermanita ––. ¿Qué pasa?
–– Puedo escuchar la lluvia –– sonreía, y aunque no la podía ver, su rostro y ojos se dirigían a su hermana. 

Las gotas de lluvia emanaban poesía. En cada una de ellas había un verso. Eternidad en cada gota, y Mūn las escuchaba. Lograba traducir cada estallido de las gotas sobre sus manos. Tenía el sentido del oído y tacto tan desarrollado que podía escuchar a Dios a través del canto de la lluvia. Podía ver los colores del arco iris y de los atardeceres. No le hacía falta la vista para apreciar su entorno Todo giraba alrededor de ella y Taiyō la miraba atónita. Dios le había dado un don de escuchar y de sentir. Memorizaba todos los versos que podía, eran demasiados, como las gotas de la lluvia. Pero retenía algunos.

Llegaban a casa y Mūn los declamaba, Taiyō los escribía. Era el secreto de las dos. Anhelaban la lluvia más que el agricultor en el desierto.  Mūn escuchaba las canciones de la lluvia y Taiyō  preservaba esos himnos en papel.

Cada semana enviaban una carta a su madre, en ella estaba escrito un poema, de los que declama la lluvia. Todas las semanas esperaban un respuesta, pero nunca llegaba. Ellas no perdían la fe y cada día revisaban el buzón negándose a aceptar una causa perdida.

La semana pasada fue la última vez que le escribieron. Un año después de la primera carta, ella contestó  tres días después, les dijo que vendría hoy por la tarde. Luna y Sol han salido a las orillas del Lago Inawashiro a esperar a su madre.




A lo lejos pueden ver como se acerca el barco que les trae a la mujer que tanto extrañan.

 —Aquí te esperamos —dijo alargando las sílabas. Luna, la primogénita  sujetaba la mano de su hermana.