domingo, 31 de agosto de 2014

Una Niña de San Marcos

 Las despedidas apestan a nostalgia y Loida lo sabe. Para su padre es tan solo otra hija que se va, que cumple con lo que le toca vivir. Loida, de seis hijas, la menor, la rezagada está por partir. Las otras cinco también se han marchado, aunque no todas a la capital. María y Josefa viven en el vecindario, cada una con su marido e hijos. Lucrecia vive y trabaja en la zona 1 en comedor. Las otras dos, gemelas, murieron al nacer.
 Los días de Septiembre se terminaron y le trajeron una noticia inesperada. Debe preparar rápido sus maletas, cosa que será fácil pues no tiene muchas pertenencias. Esa es la última noche que dormirá con sus papás.

Con el insomnio te visita, llega con planes de quedarse y Loida pasa en vela toda la noche, sin llorar, llorando en silencio. Su señora madre la acompaña a la terminal buses. Allí están las dos paradas, como vigías que se adelantan al sol, esperando a la camioneta que la dejarán sin la última hija, la más pequeña. 
––Hacés todo lo que te pidan no quiero que me vaya a llamar la doña diciéndome que le salistes chueca ––dijo la madre fingiendo que no la extrañaría. Loida, de catorce años, asintió.
Como en toda terminal de buses, todas las personas corrían de un lado para otro, como almas en pena sin saber donde posar. Loida callaba, los ojos negros delataban el oscuro miedo que tenía de partir lejos de casa. Pocas veces a sentido tanto miedo, y estás es una de esas ocasiones donde el miedo es tan real que se respira. Tiene temor de no ser lo suficientemente buena como para durar en ese lugar a donde va. Tantas preguntas… ¿Cómo será la familia? ¿Serán buenos? ¿Les caeré bien? ¿Qué voy hacer? ¿Dónde voy a dormir? ¿Cómo me trataran los señores de la casa?, demasiadas preguntas como para enumerarlas todas. Una niña de 14 años proveniente de San Marcos puede ser muchas cosas, menos una tonta. Loida sabe que la vida le está a punto de cambiar, para bien o para mal.

 Son las cinco de la mañana y a Loida le tiemblan los dientes, pero no de frío, cualquiera que provenga de San Miguel Ixtahuacán, San Marcos a aprendido a vivir en el frío. Le tiemblan porque la incertidumbre no la deja tranquila, la inquieta. A sus catorce años conoce muy bien el significado de la palabra racismo. Tiene miedo de ser discriminada, aunque le han dicho que la familia para la cual trabajará es buena, ella no se siente segura.




Recostada en la ventana del bus mientras observa el paisaje con la mirada perdida, se imagina otra vida, una vida donde no tiene que trabajar cuando le toca ser niña. Una vida donde sus padres deben ser…y son quienes le proveen todo lo que una niña de catorce años necesita. No es la primera muchacha proveniente de algún departamento, la que deja su familia para ir a trabajar a la capital, pero Loida se pregunta si acaso todas pasan por este proceso tan complicado. A  nadie le interesa lo que a una niña o señorita le pueda pasar, emocionalmente hablando, al momento de ir a trabajar para una familia en la capital, a nadie…bueno a casi nadie, excepto a las que les toca que pasar por esa experiencia. Las horas son cortas, está absorbida por esa vida ideal, que no se da cuenta que cada vez se aleja más de su antiguo hogar.

photo credit: Lon&Queta via photopin cc

Dos lagrimas se escapan de sus ojos y se abren camino en sus mejillas, con toda la brusquedad del caso Loida borra con sus manos ásperas el rastro de esa nostalgia salada que le cruza el rostro. Ya no es tiempo de recordar cuando era apenas la chiquita de la casa, ya está grande.  Es ahora, el bus está en la Capital y tiene que bajar.





Dicen que no hay nada como el hogar, dulce hogar. Bueno, eso no es de todo cierto, no cuando te toca que dejar tu verdadero hogar, tu familia, tus amigos, tu vecindario y mundo como lo conoces hasta ese día. Y eso fue precisamente lo que le pasó a Loida. Llegó a la casa de los Aguilar el 7 de Septiembre con una risa de temor y de incomodidad más que de alegría empezó a saludar a la Señora de la casa y a su esposo. Había llegado a la Capital a trabajar para una familia que resultó ser más agradable de lo que ella se imaginaba. Resulta que la madre del Señor, una anciana de 87 años, se había mudado a la casa de los Aguilar porque después de todo cuando  tienes el peso de esa cantidad de años sobre los hombros, no puedes hacer mucho por ti mismo.

La habitación que les habían asignado a ambas se encontraba situada en el primer nivel de la casa, en lo que antes solía ser el estudio, lugar donde estaban guardados todos los libros, o al menos eso creía ella. Cuando entró a la habitación se dio cuenta que ya habían dos camas de verdad y que seguramente una sería de ella. La señora le señaló su cama y la niña sonrío por primera vez de felicidad. Esa noche por primera vez dormiría como se imaginó duermen las niñas de 14 años.

En una cama de verdad, donde tiene su propio cuarto (aunque sabemos que eso no era cierto), el cual cuenta con una puerta, tiene cuadros de paisajes en las paredes, de esos que le recuerdan al vocal de Tajumulco. Loida suspiro y colocó lentamente su mochila negra sobre la cama y luego salió a conocer la casa, el baño donde debía llevar a la abuelita si necesitaba ir de noche. En fín, Loída estaba en esa casa para cuidar de la Doña Fide y ayudar con los que algunas tareas domesticas del hogar.

El primer día fue el más difícil, conoció a todos los miembros de la familia. La señora, su esposo, la abuelita y a sus dos nietos. Ambos llegaron a la hora de almuerzo. Carlos, el mayor era serio y reservado. Trabajaba para una compañía de electricidad. Luis, el pequeño daba clases de canto en el conservatorio nacional. Loída ayudó a servir la comida.

––¿Qué hicieron de tomar?
––La limonada está en la refri ––respondió la mamá –– Anda a traer las tortillas ya están pagadas
––Ya las traje yo, ya vengan a comer

Todos se sentaron a la mesa, excepto la señora y la niña de San Marcos, quién preparaba el café para la abuelita. Luego de servirlo en la mesa se dirigió a la cocina, pues no sabía que hacer. Aunque ella misma había servido su plato en la mesa, tenía miedo de sentarse a comer con la familia.

––Vos comes de último, esperas que todos se levanten y recoges los platos. Cualquier cosa te quedás en la cocina por si los señores de la casa quieren algo ––le había replicado la mamá una noche antes de partir.

––Loida, ¿qué haces? ––le pregunto la señora–– se te va a enfríar el caldo. La niña se frotó las palmas de las manos en el güipil, pues le sudaban. Cerró y abrió los ojos y se sentó a comer. No dijo palabra alguna, solo movía miraba su plato, tomaba un sorbo de la sopa y movía los ojos de lado. El almuerzo terminó y se levantó y procedió a lavar los platos. Esa noche no pudo dormir por dos razones. La primera es porque la abuelita nunca paraba de hablar, dicen que tenía problemas para dormir. El señor ya le había advertido de eso a Loida y le pidió que tuviera paciencia con su mamá, ella asintió. La segunda razón por la que le costaba conciliar el sueño era porque finalmente estaba en la capital, extrañaba el cielo estrellado de su antiguo hogar, el olor a tierra húmeda que dejan los días de septiembre y tortear a las seis de la tarde mientras respiraba ese singular aroma a leña quemada.

Así pasaron los días y cada vez Loida se encontraba más a gusto con la familia Aguilar, en varias ocasiones le tocaban días difíciles con la abuelita, quién tenía un carácter singular, de ese que tiene los que ya vivieron mucho y ya están cansados de la vida. Un día entró al cuarto de Luis, el profesor de música, le tocaba limpiar las ventanas, ordenó su mesa de noche y escritorio. No era la primera vez que lo hacía, pero esa día decidió hojear los libros que estaba sobre la mesa. Tenía tanta curiosidad, y uno a uno los empezó a tomar y leer un par de líneas. A pesar de tener 14 años, solo contaba con tercero primaria y por eso era una lectora muy lenta. Dentro de los libros del profesor había uno que estaba ilustrado, tenía dibujos de una lancha y un pez muy grande.

––¡Loida! Quiero ir al baño.
––Ya voy abuelita ––respondió nerviosa y bajo rápido las gradas para atender a la anciana.



Para su desventura al momento de llevar a Doña Fide al baño, se percató que alguien habría la puerta. Era el profesor. La niña se puso pálida, y las piernas le empezaron a temblar. Había dejado los libros del profesor desordenados, y no sabía que hacer. Por un momento quiso dejar a la abuelita y subir corriendo a dejar todo como lo había encontrado. Pero era muy tarde, Luis saludó a ambas y se dirigió a su cuarto. Entró y se dio cuenta que los libros estaban desordenados, sabía que Loida entraba a su cuarto para barrerlo, pero nunca había notado nada distinto hasta ese día.

––¿Tú estabas ordenando algo en mi cuarto? ––preguntó amablemente Luis ––Es que los libros están desordenados.
––Su mamá me pidió que limpiara la mesa––tragó saliva mientras se daba cuenta que los nervios la delataban.
– A va, hay te encargo que cuando le pases el trapo a la mesa, si dejes los libros o cosas o papeles que tenga en la mesa, por fa. No me vayas a tirar nada.

Loida sin saber que decir asintió. Este suceso no volvió a ocurrir sino hasta una semana después. En esta ocasión los libros se encontraban en el mismo lugar pero una hoja estaba dentro de uno de los libros estaba en el piso. Ella seguía ojeando sus libros. No fue sino hasta el siguiente día que "el profe", como le llamaba Loida, se acercó y le preguntó si le gustaba leer.

––Me cuesta leer––bajó la mirada––  solo estudie hasta tercer primaria
––Pero, ¿si te gusta leer? ––Luis sabía que si podía leer, dado que la mamá le daba las listas de cosas por comprar en el mercado a la niña.
––No tengo libros para leer.
––Yo tengo muchos libros –le sonrió––¿Te gustaría leer uno?
––No sé, no tengo tiempo y tengo que seguir lavando los trastes.
Luis le extendió el libro que estaba ilustrado. En la portada decía "El viejo y El Mar por Ernest Hemingway" ––Lo podes leer cuando tengas tiempo. ––La niña de San Marcos no respondió, tan solo se dibujó una sonrisa de agradecimiento y eso fue suficiente.

No pasaron muchos días sin que antes leer libros por la noche se volviera una obsesión. Por lo general la abuelita se levantaba a las dos de la mañana. Loída la llevaba al baño y luego de acostarla en su cama, esperaba al rededor de una hora, mientras dejaba de hablar y se quedaba dormida. Luego se levantaba de puntillas tomaba el libro y salía del cuarto, esperando que nadie se diera cuenta habría la puerta de la cocina y se sentaba en el piso cerca del jardín. Desbloqueaba el celular que le había dado la señora, el mismo que usaba para llamarla por cualquier emergencia relacionada con la abuelita y lo utilizaba como una especie de linterna para iluminar las páginas de esos libros mágicos.

Loida era feliz, podía viajar a cualquier parte que ella quisiera. Entendió que nunca se está solo si se está acompañado de un buen libro. El profesor le siguió prestando libros para leer, los cuales devoraba con esa hambre que tienen los que han sido privados de muchas cosas. Leía toda la noche o hasta que el celular se apagara por completo. Luis y Loida se hicieron muy amigos, o al menos eso creía ella. No se explicaba porque razón el profe era tan amable con ella, pero era feliz de contar con un amigo aunque él no lo supiera.

Cuatro años pasaron hasta que Loida tuvo que dejar la casa de la Familia Aguilar. Durante ese tiempo leyó muchos libros. La señora la puso a estudiar. Luego estudió un bachillerato por madurez mientras trabajaba para otra familia. Loida nunca volvió a ver al profe, en una ocasión quiso ir a visitarlos, pero al llegar a la casa donde solía trabajar se dio cuenta que ya no vivían allí. Quería agradecerle de alguna forma todo lo él había hecho por ella, o lo que los libros que él le prestaba habían hecho en ella. Pero nunca lo encontró.

Ya pasaron muchos años desde ese suceso, hoy Loida se encuentra estudiando en la universidad una carrera de literatura. Siguen leyendo con la misma pasión que tenía a los catorce años. Trabaja en una oficina de bienes y raíces y le va muy bien. Nunca dije que fue fácil el camino que le ha tocado recorrer desde que dejo San Marcos. El camino ha sido largo y aún no termina. Sin embargo me di cuenta  que la vida es un proceso de cosas inciertas. Hace mucho tiempo deje de tenerle miedo al cambio, al contrario ahora busco provocarlo. Además de estudiar y trabajar en la oficina, entre otras cosas escribo cuentos para Prensa Libre, esperando algún día...Luis "el profe"...me pueda leer.

photo credit: Martin Cathrae via photopin cc





¿Qué crees que pasa emocionalmente con todas las niñas que dejan su familia para venir a trabajar en la capital?