domingo, 25 de enero de 2015

Entre hojas, flores y pausas

La idea inicial de blog Festina Lente fue concebida como un espacio donde pudiera publicar un cuento semanal. En una entrada publicada el año pasado explico más a detalle el porqué de un cuento semanal.

En el camino me ganó la indisciplina y el ejercito de distracciones a mi alrededor me impidieron apartar un espacio para escribir y dejé el blog en pausa. A finales del año pasado me propuse ser intencional a la hora de escribir y publicar semanalmente un cuento. La verdad es que no estoy seguro de que se trate este blog. Algunas ocasiones publicaré cuentos o pequeñas historias y en otras ocasiones solo será algo que tenga en la cabeza. Después de todo el blog es experimental y en éste espacio espero encontrar mi voz para escribir. Ya lo decía  Horacio Quiroa mucho tiempo atrás, encontrar su propia voz al escribir es un camino largo. Cada publicación de un domingo por la noche busca ser un pequeño paso de esa maratón.








La semana pasada fue el cumpleaños de mi abuelita. Cumplió nada más y nada menos que ochenta y nueve años, y aún así conserva el vigor y las ganas de vivir. El día de su cumpleaños fue la presentación del proyecto final de la Universidad. Mis amigas y yo obtuvimos la nota más alta de la clase. Sin embargo estuve un tanto triste por no poder acompañarla en ese día tan especial.

Fue por eso que salimos a almorzar ayer. La llamé desde temprano y sin titubear aceptó mi invitación. Durante el almuerzo escuche como recordaba sus días de infancia al lado de sus tres hermanos. Todas las historias y recuerdos que narró ya eran conocidos para mi. Mi abuelita tiene ese costumbre de repetir las historias, de igual manera la escuché. Hablamos un poco de la universidad y de mi proyecto. Se alegró mucho al saber que mis amigas le mandaban saludos y deseaban verla pronto, otra vez. Quizás en vacaciones en la cabaña de papá. 

Inicialmente había pensado en comprarle algunas flores y llevarlas a a su casa al momento de recogerla, luego pensé que lo mejor sería que ella misma escogiera las que le gustaran más y eso hice. Después de todo yo también quería comprar algunas para adornar el jardín de la casa. Al terminar de almorzar la lleve al vivero. Nos tomaba mucho tiempo avanzar, ya los años pesan, pero las ganas de caminar le sobran. Se rehusa a usar una silla de ruedas, seguramente porque caminar la hace sentir viva, aunque le cueste.

Al momento de entrar al vivero vi como sus ojos negros brillaban intensamente. Hacía el esfuerzo por respirar profundo. Amaba las plantas, las flores y el silencio. Caminamos unos veinte metros haciendo pequeñas pausas cada dos o tres pasos. Insiste en usar la silla de ruedas. Ella insistió en rechazarla, el bastón y mi brazo eran suficientes para ella.

––Descansemos acá.

Hizo un esfuerzo y un pequeño gemido al momento de recostarse sobre una de las bancas de madera. Teníamos dos horas de sol antes de que este se empezara a esconder. El único susurro que se escuchaba era el del viento que acariciaba sutilmente las plantas y las flores como la espuma del mar a la orilla. Suspire profundamente. Respire verde, dulce y humedad.

––¿Qué paso?  ––contemplaba la belleza de las flores sin mirarme.
––¿A qué te refieres? ––pregunte un poco sorprendida––. No pasa nada.
––Se te nota en los ojos y  lo sabes. A mi no me vas a engañar

Durante un tiempo en el almuerzo me pregunté si acaso lo había notado. Estuve esperando que mencionara algo al respecto, pero no lo hizo. 

––Ya no se que pensar ––respondí con desgano.
––¿No sabes qué pensar o qué hacer? ––seguía sin verme a los ojos.
––¿Hay alguna diferencia?
––Eso depende de que sientas cuando estás con él. De lo que sientes cuando no estás cerca de él.

Mi corazón empezaba a agitarse. Mi abuela me conoce demasiado, era una perdida de tiempo  tratar de fingir algo que era tan evidente. Pensé durante unos instantes que responderle, hice un esfuerzo por construir una frase que denotara como me sentía al estar con él, aunque lo viera muy poco.
 ––Allí estoy, sentada en la esquina de su sonrisa más gentil ––hice una pausa sonriendo––. Divago entre tomarle la mano o solo recostar mi cabeza sobre su hombro.
 ––¿Y?  ––ahora me veía.
 ––Solo ––me encogí de hombros––. Nos vemos muy poco por su trabajo.
 ––La distancia es nada cuando los ojos se abrazan.
––Decís cada cosa. 
––¿Cómo te mira? Tú sabes  a que me refiero.
––Sus ojos me invitan a soñar cosas bonitas ––me sonrojé un poco–– ¿Cómo lo saco de mi cabeza si cierro los ojos si lo llevo dentro de los párpados?
––¿Para qué lo querrías fuera de tu cabeza? ––mi abuela sonreía.
––No sé, es un decir. 
––¿Te ha besado o porqué es que está tan presente en tí?

Ese día tenía que regresar después del almuerzo al trabajo. Pero eso poco me importo, la rutina del día y las ocupaciones diarias de la vida me dejan sin tiempo para ver a mi abuela más seguido. Ese día era la única oportunidad que tenía de verla y escucharla hablar era un lujo que no podía darme todos los días. Por lo tanto respire y respondí muy despacio mientras imaginaba y recordaba cada palabra que decía.

––No, pero mi alegría es oir el sonido de sus labios en mis mejillas ––presionaba suavemente los dientes a mi labio inferior a medida que terminaba de responderle––. Eso es suficiente.
––Veo que no hay mucho que decidir entonces, estás enamorada.
––No estoy segura de eso y menos si el lo está. Nunca ha dicho nada abiertamente ––ahora era yo la que miraba fijamente las flores–– de algo sí estoy convencida y es que su sonrisa tan genuina me toca el alma.

El atardecer empezaba a aparecer  y con el, mis ganas de verle otra vez.

––En vano trato de evadir su voz si lo escucho cuando lo leo.
––Bueno entonces es cuestión de tiempo. Estoy seguro el siente lo mismo.
––¿Cómo saberlo? ––pregunte consternada.
––¿Qué es lo que sabes? ––mi abuela tenía la costumbre de responder con una pregunta.
––Solo sé que cuando me abraza al despedirse, lo hace en silencio y sin pausas. Aunque sea por un instante.
––Eso es todo lo que tienes que saber por ahora querida ––sus pequeñas manos arrugadas acariciaban mi rostro.


Quería saber más, pero eso es todo lo que tengo por ahora. Las personas del vivero empezaban a abandonar el lugar y allí estaba sentada sintiendo como tocaba las nubes con los pies sobre la tierra.


––Hay mil ventanas para inventarse una vida juntos. Por ahora solo sonríe. Él está sentado en la otra esquina de tu sonrisa y viene hacia a tí.

Ya era tarde. El vivero estaba apunto de cerrar y yo ya llevaba a casa las flores que necesitaba.



domingo, 18 de enero de 2015

Resiliencia


photo credit: amayzun via photopin cc

Por lo general las personas prefieren recordar en lugar de imaginar. Seguramente porque esto último tiene que ver con lo desconocido, con lo incierto. Hay muchas cosas en juego cuando se decide intentar algo nuevo. Perder es una de ellas. Eso me recuerda al día que lo perdió todo. 

La otra tarde iban en el carro. Lo acompañaba su amigo. Hablaban sobre el clima y un posible viaje a la playa. Esa había sido una tarde pesada para ambos. Él sentando en el asiento del copiloto reía de alguna broma sin sentido de su compañero, después de todo ya se había acostumbrado a sus ocurrencias. Tenía la sonrisa cansada, sin embargo era feliz haciendo lo que hacía. Esa mañana ambos dejaron sus casas con entusiasmo al dirigirse al trabajo. Durante el almuerzo hablaron sobre los planes para el futuro. La imagen mental que tenían era la promesa de un porvenir grande, sin embargo es tarde en el almuerzo solo imaginaban.

Al terminar de comer se dirigieron a la tienda de trofeos. Él necesitaba dos y ya estaban pagados. Tenía tiempo suficiente para recogerlos otro día, pero quiso aprovechar la oportunidad, y recogerlos esa misma tarde. Frente a la tienda el parqueo era escaso, de manera que tuvieron que parquear el carro en la siguiente cuadra, frente a la gasolinera, la que tenía una patrulla de la policía al lado. Contrario a lo que el encargado había prometido, los trofeos no estaban terminados. Eso ya no importó pues ya estaban allí, así que decidieron esperar los quince minutos. Los quince minutos se hicieron media hora, y la media hora se hizo una hora. Finalmente estaban listos. Apresuraron el paso para llegar al carro, el lugar era un tanto peligroso y la hora pico había empezado.

  ––Abrieron el carro.––hizo una breve pausa–– Se llevaron el radio.

Su rostro denotaba espanto. La voz le había salido temblorosa y frágil. Él no dijo nada, tan solo rodeó el carro y se dirigió a la puerta del piloto. El vidrio estaba quebrado, regado en el suelo y dentro del carro. Rápidamente miró hacia la parte trasera del vehículo como si el vidrio y el radio fuera cosa sin importancia. En los sillones de atrás no había nada. Es decir no quedó nada. Los habían removido y el baúl estaba totalmente vacío. 

A decir verdad quedaba algo, una vieja manguera que le hacía de testigo. Ella estuvo allí cuando pasó, pero nunca diría nada. Al darse cuenta de lo sucedido respiró profundo, con la intensidad necesaria para que sus pulmones se llenaran de enojo. Luego exhaló lentamente vaciando sus pulmones. La ira permanecía dentro. Se llevó las manos a la frente y las deslizó por su cabello con desesperación. Se detuvo por un momento a ver la palma de sus manos. Ya estaba sudando, agitado.

––Vamonos.

Eso fue todo lo que dijo. Su compañero hizo un breve esfuerzo por remover lo pequeños trozos de vidrio que estaban sobre el sillón. Arrancaron el carro y se largaron de allí. No había mucho que se pudiera hacer. La gente alrededor los observaba con lástima. Seguramente habían visto cuando pasó, pero ambos sabían que nadie iba a hablar y si lo hacían ya nada se podía hacer. 

El camino se hizo más largo de lo que él hubiera querido. Su amigo en el volante callaba, no tenía nada que decir o simplemente prefirió guardar silencio. En el asiento de al lado él callaba con los puños cerrados. El tráfico era insoportable, él hubiera preferido viajar a un destino muy lejos, siempre y cuando el carro avanzará rápido, pero eso no pasó, el carro se movía lento, muy lento en medio del tráfico de las cinco de la tarde. Perdida y vacía era su mirada. Su pecho se ensanchaba a medida que respiraba y sentía como la sangre le hervía por dentro, tanto que  le quemaba. Le habían robado todo lo que tenía. Todos sus ahorros invertidos. Su equipo y herramientas, todo excepto una vieja manguera. Se sentía como un niño pequeño e impotente al cual le destruyen su pequeño castillo de arena en la playa. Le tomó el tiempo de tres canciones para que la primera lagrima se escapara de sus ojos. Estaba cargada ira. Apretaba fuertemente sus puños y mandíbula como si quisiera contener un grito. Le harían falta unas dos horas para llegar a casa, ya entonces podría llorar en paz.

Las perdidas en la vida son inevitables e incluso hasta cierto punto necesarias. En ellas se encuentra el aprendizaje que solo un nuevo inicio sabe otorgar. Dejamos de intentar nuevas cosas, enfrentar nuevos retos, emprender nuevos caminos, porque el miedo a perder pareciera más grande que la oportunidad de crecer. El miedo es una voz. Un ruido. Muchas cosas hubiéramos logrado ya sí tan solo decidiéramos escuchar el susurro silencioso del porvenir que con cada amanecer trae consigo una invitación que pasa inadvertida a casi todos.

Las perdidas ocurren, pero lo único que  en realidad importa es lo que  queda dentro de nosotros, no lo que se fue o nos quitaron. Resiliencia, así le dicen, a la capacidad de sobre ponerse a cualquier tipo de caída, perdida, fracaso o el nombre que esta tenga. Es esa habilidad que se adquiere únicamente cuando se es sometido a presión. Es esa elasticidad que aumenta solo cuando la tensión se incrementa. No creo que exista un mejor ejemplo como la vida de José, quien fue vendido por sus hermanos como un vil esclavo. De ser el hijo consentido pasó a ser un esclavo, de esclavo a mayordomo del general del ejercito. De mayordomo del general del ejercito a prisionero. De prisionero a jefe de la cárcel. De jefe de la cárcel a interprete de sueños. De interprete de sueños a Señor de Egipto.

Todas las cosas ayudan a bien a los que a Dios aman, y no existe ningún despropósito alguno cuando después de una perdida nuestra fe es fortalecida. No es lo que te arrebataron de las manos, tampoco la ausencia de las cosas que tus ojos miran, sino la visión de un sueño más grande lo que te empuja hacia adelante cuando tus pies y manos ya se cansaron de trabajar. Resiliencia. Tropezar, desfallecer, rodar y continuar. Levantarse, caer y rebotar para saltar más alto, de eso se trata la vida. 

El año apenas comienza y está lleno de muchos desafíos inciertos. Sí te caíste o te botaron eso ahora no importa mucho, tampoco importa que fue lo que te quitaron o perdiste. Eso ya no está, se fue. La pregunta relevante es ¿Qué tan alto será ese rebote? Porque cuando Dios dijo que los planes que tenía para nosotros eran planes de bien, hizo una afirmación acerca de su intención de bienestar para ti y para mí. Sin embargo es necesario crecer, aunque a veces duela. Hay que intentarlo una vez más, no con el miedo de que lo que puedo volver a perder, sino con el entusiasmo de un niño que cree en la promesa de alguien que ama.

Ya dos meses pasaron desde esa tarde de noviembre. Volví a empezar. De cero, sin nada más que una vieja manguera y un sueño en mi corazón. Me quitaron todo lo que tenía para trabajar. Mi carro era mi oficina, mi empresa, mi machete y se lo llevaron. Todo.

Sin embargo hay algo que se quedó conmigo muy dentro de mí, y es la promesa de alguien que amo. Dios me dijo que no debo tener temor a mal alguno, porque el bien y la misericordia me han de seguir todos los días de mi vida.

Sigo trabajando mientras reconstruyo las paredes que intentaron derribar. Ellos no sabían que mis cimientos están fundados en la roca. Hoy entre otras cosas escribo y comparto esta experiencia por primera vez. Me preparo para ese rebote que me llevará más alto y más lejos de lo que había imaginado.



Una nueva semana está por empezar y la pregunta relevante es ¿Qué tan alto será tu rebote?

domingo, 11 de enero de 2015

Pintores o escultores



photo credit: dr.snitch via photopin cc


Las historias importan porque cuentan algo. Importan  porque relatan un suceso, una vida y la memoria de ésta. Importan porque ocupan tiempo y espacio, pero sobre todas las cosas importan porque despiertan emociones. Crecí  en medio de hojas de papel con vidas ajenas de las cuales fui parte. Creí en medio de paisajes mentales y en medio de hombres y mujeres que nunca vi, pero que tuve la dicha de conocer a través  de eso que decían de ellos. 

Estoy convencido que un libro puede ser uno de los regalos más románticos que se puede obsequiar. Los libros son ramos de rosas y hojas que no se marchitan con el tiempo. En ellos se encierra la invitación a un sueño de ojos abiertos. Muy pocas cosas tienen el poder de abrazar sin tocarte, como escucharle narrar las historias y las letras que brotaron de sus dedos, mientras la intensidad de su mirada invade ese océano de secretos,  de ilusiones y anhelos no contados que brotan desde adentro y se dejan ver por los ojos, haciendo evidente una espera tierna que mira al cielo en silencio. 

La época navideña terminó y con ella vuelve a nacer la intención de marcar un nuevo inicio y escribir una nueva historia. Se nos olvida que ésta está presente e ignorada cada atardecer del año. Todos quieren ser arquitectos de su propio destino, pero nadie quiere ser el albañil del mismo.  Nada está escrito si no se escribe y mientras no se plasme en palabras labradas por acciones aquello que queremos,  seguiremos siendo soñadores de realidades ausentes, cuando podríamos pagar el precio de ser el o la protagonista de nuestros sueños. Obreros o carpinteros. Pintores o escultores. Sin importar lo que nos halla tocado ser en esta vida, que los amaneceres nos sorprendan escribiendo.

Escribir tiene que ver con una elección de contar algo que todavía no ha pasado. Todos somos responsables de lo que sea que hallamos escrito en este extenso pedazo de papel llamado vida. Estamos hoy aquí y ahora y cada quien debe empezar a decidir qué clase de recuerdos desea leer, al recordar.

Escribimos todos los días, ya sea con palabras, con acciones o incluso gestos. Las posibilidades son infinitas y se empiezan contando y escribiendo una a una. Hay alguien que está buscando leerte, para entonces escribirte y cuando ese día llegue, y aún sin saberlo su sonrisa más simple se convertirá en el toque más gentil y cálido que hayas imaginado. Hasta entonces escribe.

domingo, 4 de enero de 2015

Epitafio Ausente

   


photo credit: Photomitch via photopin cc


    ––!Diles que no me lleven, Hector!  ––gritaba––. !Diles que no me lleven, fue una trampa!
    ––No hay nada que pueda hacer. Lo siento.
    ––Fue una trampa de Casimiro. El bastardo me tendió una trampa. Lo sabes, ¡Ayúdame!

Se llevaron a Manuel arrastrado por toda la ciudad, desde el puerto hasta la oficina del alguacil para ser juzgado. La gente del pueblo murmuraba y las especulaciones de lo que había pasado en puerto no eran pocas. Varios disparos, mercadería robada y un guardia de seguridad muerto era el saldo del suceso de ese fatídico lunes por la madrugada. La semana apenas iniciaba y su vida empezaba a acabarse de poquito.

La noche anterior el marinero había salido a tomar un paseo a orillas de la playa. Buscaba con algunos tragos olvidar por una noche las penas que lo agobiaban. A decir verdad, no eran penas. Era pura desesperación e impaciencia. Veinticinco años tenía el muchacho, pero su rostro lo hacía parecer más viejo. Faltaban pocas semanas para terminar su turno en ese viaje pesquero. Ya estaba exhausto y solo quería volver a descansar a casa, sin embargo aquel viaje era la promesa de un futuro mejor. Así que valía la pena el esfuerzo. Era un muchacho de trabajo decidido y audaz.

Tenía muchos amigos, o al menos eso creía. Cada viaje a las diferentes ciudades que visitaban era la oportunidad perfecta para conocer nuevos lugares por las noches mientras  esperaban la madrugada del siguiente día para zarpar. Las estrellas del cielo eran su fascinación y a menudo encontraba formas en las mismas y en las nubes. Pero esa noche quería tomar un trago. La idea de caminar por la orilla de la playa lo relajaba y con el fin de salir a tomar un poco de aire fresco salió esa noche.

Dentro del bar tocaba un viejo de pelo largo. Cantaba las canciones que se cantan en un bar y los borrachos coreaban su favoritas con devoción. Manuel pidió el mismo trago de siempre y callado frente a la barra miraba al rededor buscando algún rostro que le fuera familiar. Del otro lado, estaba uno de sus compañeros junto con dos caballeros mayores que el. Hacía alarde de sus hazañas en alta mar, mientras que sus amigos se reían burlonamente como si supiesen todas las historias. Manuel, al verlos, atravesó el bar para sentarse con su amigo que le hacía de payaso al fondo del local, junto a la ventana.

Casimiro dio voces a gritos de celebración y lo invitó a unirse a la conversación. Resultó ser que los caballeros eran trabajadores del banco de la ciudad que visitaban y amigos de antaño. Charlaron de trivalidades durante unas 3 horas. Los primeros en irse fueron los banqueros. Posteriormente los dos amigos salieron del bar camino a la pensión donde se hospedaban. Justo cuando pasaban por el embarcadero, Casimiro golpeando su cabeza pegó el grito. Había dejado la llave de su habitación en el camarote es tarde al salir de trabajar. Caminando hacia al barco le pidió a Manuel que lo acompañara a traer la llave.

   ––¿Estás loco? Mateo te va pegar un plomazo.
   ––No seas cobarde. Vamos entrar a escondidas, no nos va a escuchar. Además está dormido.
   ––Bajá la voz ––susurró molesto Manuel–– lo vas a despertar.

Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando el amigo de Manuel y compañero de trabajo fue por sus llaves. Pocas cosas recuerda Manuel de lo que pasó esa hora. Habrá esperado unos quince minutos y al ver que su amigo tarda en salir, decide entrar, a escondidas, esperando no ser visto por el guardia. Oscuridad, dos disparos y un fuerte golpe en la cabeza es todo lo que recuerda. Los primeros en llegar son los trabajadores del barco vecino, quienes alertaron a  al capitán del barco.

Manuel despierta tendido en el suelo con el rifle en las manos. Frente a él yace un hombre moribundo que pierde mucha sangre y pide auxilio con la poca voz que le queda. Lo que sucedió después poco importa y no hace falta decirlo. El barco está por zarpar en cuestión de horas y esto es un negocio que depende del tiempo y la marea. Alguien tiene que hacerse responsable por el muerto. El barco tiene que partir.

   ––!Diles que no me lleven, Hector!  ––gritaba––. !Diles que no me lleven, fue una trampa!
   ––No hay nada que pueda hacer. Lo siento.
   ––Fue una trampa de Casimiro. El bastardo me tendió una trampa. Lo sabes, ¡Ayúdame!

Le truncaron el futuro con el mismo fuerzo que requiere arrancar una flor del campo. Manuel, condenado a vivir en un celda hasta morirse, llora.

Llora porque es injusto y porque no hay otra cosa que se pueda hacer en una celda, sino llorar. Es un muchacho de palabra que va a morir del otro lado del mundo, sin que nadie sepa porqué y cómo.

Vive muriendo de poquito, sin cumplir su promesa y llora porque nadie sabrá donde será su tumba, y porque en el Puerto de San Blás no habrán bienvenidas ni reencuentros. Nunca regresará, no porque no quiera, sino porque no puede. Allí en el muelle lo espera su amada. El dijo que volvería.





// Nadie sabe que paso en realidad con Manuel. Ni siquiera sabemos si ese era su nombre, pero si que alguien nunca lo olvidó.