martes, 2 de diciembre de 2014

El cielo y el castillo








Así eran todas las tardes, de celajes cargados de melodías. Se juntaban cada atardecer a soñar despiertas. Corrían de un lado para otro en el jardín del edificio. Las dos niñas eran amigas inseparables. Cada día era una aventura pues creían firmemente en sus sueños y disfrutaban del oficio que les toca a  los niños, el de ser feliz. Tenían un castillo imaginario el cual era su hogar. La más grande disfrutaba recorrer los largos pasillos de aquel monumental castillo, admiraba cada pintura de las paredes, las grandes cortinas y por supuesto las majestuosas lamparas. La otra niña caminaba por los jardines colgantes. Le fascinaba encontrarse con la naturaleza, porque era allí donde se encontraba consigo mismo. Reía porque eso es lo que hacen los niños felices.

Así eran las tardes en aquel castillo que se llenaba de los colores del arco iris con la presencia de aquellas princesas que lo visitaban a diario. La niña que estaba en la torre hablaba con las nubes, les preguntaba a donde se iba la luna cuando el sol salía. Y si acaso alguna vez ambos se habían visto a los ojos dejando la distancia de un lado, porque después de todo habitaban el mismo cielo.

La otra princesa que caminaba entre los jardines era elogiada por las flores y las rosas, pues ni aun ellas con todo su esplendor podían desbordar tanta belleza como los ojos y la sonrisa de la princesita, la menor. 

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