jueves, 12 de diciembre de 2013

Un lugar diferente

Las despedidas apestan a nostalgia y Loida lo sabe. Para su padre es frustrante verla partir sin tener algo que decir. Loida, de seis hijas, la menor, la rezagada está por partir. Las otras cinco también se han marchado, aunque no todas a la capital. María y Josefa viven en el vecindario, cada una con su marido e hijos. Lucrecia vive y trabaja en la zona 1 en comedor. Las otras dos, gemelas, murieron al nacer.
 Los días de Septiembre se terminaron y le trajeron una noticia inesperada. Debe preparar rápido sus maletas, cosa que será fácil pues no tiene muchas pertenencias. Esa es la última noche que dormirá con sus papás.

Con el insomnio te visita, llega con planes de quedarse y Loida pasa en vela toda la noche, sin llorar, llorando en silencio. Su señora madre la acompaña a la terminal buses. Allí están las dos paradas, como vigías que se adelantan al sol, esperando a la camioneta que la dejarán sin la última hija, la más pequeña. 
––Hacés todo lo que te pidan no quiero que me vaya a llamar la doña diciéndome que le salistes chueca ––dijo la madre fingiendo que no la extrañaría. Loida, de catorce años, asintió.
Como en toda terminal de buses, todas las personas corrían de un lado para otro, como almas en pena sin saber donde posar. Loida callaba, los ojos negros delataban el oscuro miedo que tenía de partir lejos de casa. Pocas veces a sentido tanto miedo, y estás es una de esas ocasiones donde el miedo es tan real que se respira. Tiene temor de no ser lo suficientemente buena como para durar en ese lugar a donde va. Tantas preguntas… ¿Cómo será la familia? ¿Serán buenos? ¿Les caeré bien? ¿Qué voy hacer? ¿Dónde voy a dormir? ¿Cómo me trataran los señores de la casa?, demasiadas preguntas como para enumerarlas todas. Una niña de 14 años proveniente de San Marcos puede ser muchas cosas, menos una tonta. Loida sabe que la vida le está a punto de cambiar, para bien o para mal.

 Son las cinco de la mañana y a Loida le tiemblan los dientes, pero no de frío, cualquiera que provenga de San Miguel Ixtahuacán, San Marcos a aprendido a vivir en el frío. Le tiemblan porque la incertidumbre no la deja tranquila, la inquieta. A sus catorce años conoce muy bien el significado de la palabra racismo. Tiene miedo de ser discriminada, aunque le han dicho que la familia para la cual trabajará es buena, ella no se siente segura.

Recostada en la ventana del bus mientras observa el paisaje con la mirada perdida, se imagina otra vida, una vida donde no tiene que trabajar cuando le toca ser niña. Una vida donde sus padres deben ser…y son quienes le proveen todo lo que una niña de catorce años necesita. No es la primera muchacha proveniente de algún departamento, la que deja su familia para ir a trabajar a la capital, pero Loida se pregunta si acaso todas pasan por este proceso tan complicado. A  nadie le interesa lo que a una niña o señorita le pueda pasar, emocionalmente hablando, al momento de ir a trabajar para una familia en la capital, a nadie…bueno a casi nadie, excepto a las que les toca que pasar por esa experiencia. Las horas son cortas, está absorbida por esa vida ideal, que no se da cuenta que cada vez se aleja más de su antiguo hogar.

photo credit: Lon&Queta via photopin cc

Dos lagrimas se escapan de sus ojos y se abren camino en sus mejillas, con toda la brusquedad del caso Loida borra con sus manos ásperas el rastro de esa nostalgia salada que le cruza el rostro. Ya no es tiempo de recordar cuando era apenas la chiquita de la casa, ya está grande.  Es ahora, el bus está en la Capital y tiene que bajar.





Continuara…mañana.


jueves, 17 de octubre de 2013

Con Sabor a Sal




Hoy quiero contarte dos historias, acerca de tres niños. Nadie disfruta tanto a los niños como yo. Soy gran admirador de ellos, pues representan la esencia de la humanidad. Su calor y energía son mi motor, aunque eso signifique solo verlos la mitad del día. Siempre los llevo dentro. Me mantienen encendido.

Yo estaba ahí la tarde que lo abrazó. Con fuerza, en el pecho.
Jonathan es un niño de nueve años. Hijo de pescadores, ambos, padre y madre. Desde muy pequeño se sintió atraído por la naturaleza. Incluso jugaba con ella, puesto que no se le daba relacionarse con los niños de su edad.


Todas las tardes después de asistir a estudiar y ayudar a su madre a limpiar los camarones y pescados, salía a jugar, con nadie más que consigo mismo. Le gustaba hacer castillos de arena, con túneles y puentes. Pasaba horas mejorando sus diseños, jugando en el agua, o a veces hablaba con el mar. Éste nunca le respondía, pero Jonathan estaba feliz de tener a alguien que lo escuchara.

Esa día algo cambió. El niño estaba acostado en la arena, tenía mucho calor, estaba cansado de hacer castillos en la arena. Hablaba solo, al menos eso creía. Cuando escuchó un susurro. ––¿Jonathan, me escuchas?
La voz era muy suave y femenina. Jonathan se puso de pie y buscó en todas direcciones quién podría haberlo llamado. El área que buscaba para jugar en la playa era muy solitaria. No había nadie. De pronto lo volvió a escuchar, esta vez más claro. La voz provenía del mar. Poco a poco Jonathan caminó en dirección al mar, hasta que el agua salada le llegaba al ombligo. Miraba a todos lados, como buscando algo sin saber que buscar. Cerró los ojos decepcionado, cuando gritaron ––¡Aquí!.

La ola saltó en medio de sus compañeras que la miraban atónitas. Jonathan abrió los brazos y la ola lo abrazó, con fuerza, en el pecho. Me gustaría decirte que jugaron por horas, pero ya era tarde y el niño debía regresar a su casa. Estaba oscureciendo. Ya era hora, lo siento.


Al otro día quiso encontrarse con su nueva amiga, pero no la encontró. Gritó, pero ella no lo escuchó y si lo escuchó, no le contestó. Jonathan repitió por meses el mismo ritual. Hacía el castillo hasta cansarse, se acostaba en la arena y empezaba a hablar solo. Hasta que una tarde lo vi llorar. Como siempre yo estaba muy lejos, quiero decir a miles de años luz de distancia, pero mi energía lo calentaba. Estaba metido en el mar con el agua hasta el ombligo como de costumbre. Mis fuertes rayos de luz le ofendían la vista. Odiaba llorar y se secaba con las manos las pocas lagrimas que le salían por los ojos. 

Yo había visto la ola una vez, del otro lado del mundo, cuando Jonathan dormía y a mi me tocaba brillar en otro continente. Pero no se lo podía decir, no había forma de que me escuchara, estábamos muy lejos. Una lagrima se le escapo y cayó al mar. Lentamente el niño vio como la gota de su llanto se mezclaba con el mar y sintió que ambos eran uno. Su lagrima y el agua salada del mar.


Ese tarde tomó la decisión de dejarla de buscar y al día siguiente volvió a hacer castillos de arena, cuando de pronto encontró una tortuga bebé con el caparazón celeste, como el color de sus ojos, el color del mar.




photo credit: Pirata Larios via photopin cc

La tomó en sus manos y la llevó a su casa. Sacó su pincel de la escuela y abrió una vieja lata de pintura de aceite del papá. Dibujó una "J" en el caparazón de la tortugita. Luego regresó a la playa y justo  tres metros antes de la orilla soltó a  su nueva amiga, esperando que algún día se pueda encontrar con la ola, su vieja amiga, y esta la vea y pueda recordarse del niño que abrazó, el cual nunca la olvido.
 ¿Y yo? Bueno, yo solo sigo observando desde la distancia.


Pd. Supongo que la historia de las dos hermanas la contaré la otra semana.


Atentamente: Tu amigo, el sol.

jueves, 10 de octubre de 2013

El anciano de la calle

photo credit: LordFerguson via photopin cc


––¡Daniel, date prisa! 
La voz de la muchacha lo despertó. El mendigo se sentó rapidamente para ver quien lo llamaba, pero se dio cuenta que no era a él a quién le hablaban. Lamentaba no tener guantes. Se podía ver el frío en el vaho que salía por su boca, mientras respiraba lentamente. Estaba cansando pues había caminado muchos kilómetros bajo la lluvia la noche anterior, buscando una nueva plaza para establecerse. 

Tenía el pantalón y los zapatos mojados a causa de la lluvia. Necesitaba tomar algo caliente. Así que empezó a contar las monedas que tenía. Como no eran suficientes. Se puso de pie y se dirigió a la estación del tren. Se sentó y colocó su sombrero mojado delante de él para que la gente pudiera darle una limosna. Las personas pasaban a su lado con la mayor  indiferencia posible. Envueltos en sus largos y negros abrigos, los observaba. Se llevo las rodillas al pecho y mientras se abrazaba a él mismo para entrar en calor, empezó a imaginarse la vida de los transeúntes. Una mujer rubia que se dirigía a tomar el tren, discutía con alguien por el teléfono. Pensó que ella podría ser la directora del departamento de ventas de una empresa y le reclamaba a su asistente, su falta de responsabilidad para elaborar los reportes. Del otro lado, vio a un muchacho que cargaba en sus abrazos a su pequeña hija, mientras la madre le ajustaba el gorro a la niña. Los padres reían con el ímpetu de niños. Al ver eso, sacó una pequeña agenda y un lapicero que llevaba dentro del abrigo y empezó a escribir.

Otro mendigo, un anciano de unos setenta y cinco años, que lo veía a lo lejos sintió curiosidad al ver como escribía a toda prisa mientras miraba con cuidado a esa pequeña familia. Así que decidió acercarse y preguntarle que era aquello que escribía, pues los ojos le brillaban al hacerlo.

   ––¿Te importa si me siento a tu lado, muchacho?
El mendigo se limitó a mover la cabeza de izquierda a derecha. Tan sumergido estaba en lo que escribía, que no se tomó la molestia de responder o de voltear a ver a aquel anciano.
   ––No te había visto antes. ¿Eres nuevo por aquí?
   ––Llegué ayer en la noche ––dejó de escribir y lo miró–– Es mi primer día en la estación.
   ––He visto que escribes muy rápido ––dijo el anciano, mientras estiraba el cuello para ver lo que había escrito.
   ––Nada importante ––repuso Daniel, cerrando la agenda.
   ––Por la forma en la que escribías, diría que era importante. Al menos para ti. ––sonrió el anciano.
   ––Escribo una historia acerca de esa familia. La que camina del otro lado de la calle. ––señaló con el indice a la familia.
   ––¿Puedes escribir historias acerca de gente que no conoces? ––pregunto intrigado––. ¿Cómo sabes lo que piensan?
   ––Las historias de los cuentos, se parecen mucho a la poesía. Están en todo lugar, y sólo quien tiene ojos para verlas, las encuentra.
   ––Me llamo Robert. ––el anciano le tendió la mano sucia––
   ––Daniel. ––asintió con la cabeza y le dio un apretón de manos.

Las horas pasaban y con ellas decenas de ejecutivos y trabajadores de oficinas, quienes abordaban el tren durante todo el día. La mayoría, como era de esperarse los ignoraban. Los dos mendigos hablaron por horas, empezaron a hablar de su vida y se dieron cuenta que tenían muchas cosas en común. Daniel tenía 8 meses de vivir en la calle y el anciano diecisiete años. Robert le contó acerca de como los juegos de azar, el casino y la ruleta lo habían dejado en la calle. Pobre, miserable y lo que es peor sin familia. Al cabo de unas horas tuvieron hambre y Daniel estaba  tan emocionado de tener un nuevo amigo, que invitó al anciano a un café. Robert se lamentaba por las decisiones que había tomado, pero ya era tarde.

   ––¿Y tú, que fue lo que le hiciste exactamente a tu empresa, para que te dejaran en la calle?
   ––Es una larga historia, no creo que quieras oírla.
   ––¿Estás bromeando? ––preguntó Robert, sorprendido––. Tengo todo el tiempo del mundo, y lo que es mejor, ¡tú también!
   ––Espero no aburrirte, mi historia no es tan trágica como la tuya. Yo no deje ninguna familia. No tengo una.

Daniel le contó al anciano acerca de su trabajo. Le dijo que pertenecía a una gran editora de libros. Su trabajo consistía en diseñar las portadas de los nuevos libros que saldrían a la venta. A la Editorial llegaban muchos escritores novatos con la intención de que alguien mostrara interés en sus proyectos de escrituras y si tenían suerte lograr la impresión del libro. 

  ––Mi trabajo no tenía que ver con escribir, sino con los diseños. Pero siempre he anhelado escribir. Intenté durante dos años consecutivos, presenté distintos proyectos de escritura a la empresa. Pero todos fueron rechazados. A tal punto que mi jefe mató mi sueño de escribir. Deje de hacerlo y esa es la peor traición que he cometido conmigo mismo.
El anciano lo miraba detenidamente, tenía muchas dudas, pero no quería interrumpir a Daniel, pues estaba absorto narrando su propia historia, que decidió quedarse callado. Escuchando.

  ––Como no logré sobresalir en la escritura, me resigne a los diseños de portadas. Pero unos meses más tarde, tuve una gran idea. Entré a la bodega donde guardan todos los proyectos rechazados y robe algunos, no muchos. Únicamente ocho. Los leí en mi casa, estuve a punto de contarle a mi prometida mi plan. Pero sabía que aunque ella me apoyaba en mi proyecto, jamás estaría de acuerdo con el robo. Así que decidí hacerlo por mi propia cuenta. Leí todos los proyectos, unos más interesantes que otros. Entonces seleccione los  personajes más interesantes de esas novelas y los uní en un nuevo proyecto. El mío.

  ––¿Le robaste la historia a todos esos aspirantes a escritores? ––preguntó un poco consternado el anciano––.Me parece muy atrevido, pero incorrecto desde luego.
  ––No, de ninguna manera. Únicamente un personaje por historia. De igual manera, todas esas obras nunca serían publicadas. ––hizo una pausa, mientras miraba al suelo ––. Pero tienes razón. Eso fue lo que hice. Robar.

Ya eran cerca de las cinco de la tarde y Daniel seguía narrando su historia. La de la vida real. Le contó como logró armar el rompecabezas de personajes y unirlos a una nueva historia creada por él. La había presentado a otra casa editora, la cual la recibió con gusto. Cinco meses después, el libro era una realidad, se titulaba: La receta de Rosel. A Robert le pareció interesante el nombre, dado que todos los ingredientes de su novela eran robados. Toda la magia le duraría tres meses, pues al cabo de ese tiempo, Daniel fue descubierto y recibió numerosas demandas, que lo dejaron literalmente en la calle y lo que es peor, sin prometida.

El anciano se compadeció de él y trato de consolarlo, pues Daniel se encontraba en medio de las lagrimas al llegar al final de su relato. El último tren llegó alrededor de las cinco y media de la tarde. Ninguno de los mendigos había comido algo en todo el día, ya que el pan de la tarde habían sido sus propias historias y las lagrimas, el trago amargo de Daniel. Tenían hambre, pero ninguno de los dos se movía. Daniel con la cabeza entre las rodillas, se reprochaba así mismo sus errores. El anciano solo mantenía su mano derecha en la cabeza del muchacho. De pronto, se acercó a ellos. Se agachó un poco para dejar unas cuantas monedas y dos billetes en el sombrero de Daniel.

En ese momento, Daniel dejó de llorar. Esa fragancia era imposible de olvidar. Levantó rapidamente la cabeza y con la mirada todavía hacia al suelo siguió el trazo de ese aroma a azucenas. Cuando finalmente alzó la cabeza para verla, rompió a llorar, mientras el sol del atardecer cubría por completo la silueta de su antigua prometida, quien se alejaba y se perdía entre la multitud del tren. Ahora tendría suficiente dinero para comer, pero claro, a Daniel ya no le importa el dinero.


photo credit: Aditya Kolli via photopin cc




Treinta nueve años han transcurrido desde aquella tarde. Robert murió dos años después. Daniel ha cambiado de ciudad, de plazas y de estaciones de tren un sin fin de veces. Los años le han teñido el pelo de blanco. Nunca se aparta de la pequeña agenda que lleva en la camisa. Ahora se dedica a contar los cuentos que escribe durante el día. Todas las noches hace una pequeña fogata y los niños que viven en los basureros se acercan a él para escuchar la magia del anciano de la calle.



























miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Sombra -Completo-

Gracias por la espera.

 Acá está el cuento completo. Sugiero lo leas todo, por dos razones:
a) la primera parte fue publicada hace semana y media y es probable que hallas perdido el hilo de la historia
b) el cuento ha sido editado y esta es, espero, su versión final


Primera Parte (Editado)




1


Caminaba como dueña de la tierra. Sus pasos reflejaban la autoridad con la que se imponía. Entró con sus dos amigas al restaurante, el cual está ubicado en una de las plaza más ostentosas de la ciudad. Afuera hacía frío, el cielo despejado dejaba ver las estrellas. Él permanecía de pie, mirando hacia arriba las luces  del cielo, logró distinguir una, y aún con la mirada cansada, sonrió con tristeza. Era de color rojo escarlata, su destello era diminuto, pero intenso. Esa estrella, la de su color favorito, le recordaría siempre lo que él aspiró a ser y nunca logró.


Poco a poco las personas se daban cuentan que la estrella de Jazz cenaba en el  restaurante de ventanas grandes. Los curiosos se juntaron cerca de la fuente, la cual adornaba el centro de la plaza. Esperaban que la muchacha saliera y con un poco de suerte conseguir un autógrafo.

 Él, constantemente miraba a los lados, tratando de encontrar algún sospechoso. Muy cerca de la media noche y con ese frío punzante que se te mete por los huesos, el guardaespaldas empezó  a temblar. La época navideña es helada y de nubes ausentes. Abría y cerraba los puños constantemente, esa era la única forma que tenía de ejercitar los dedos antes de que el hielo le entumeciera los dedos. Las horas pasaron y cada vez había menos gente en la plaza. Le llamó la atención la pareja de enamorados sentada  al lado de la fuente. Estaban abrazados de manera envidiable, cubiertos con una pequeña frazada. Ambos tenían gorros y guantes en las manos. El muchacho le hablaba al oído y el rostro de su acompañante reposaba entre el cuello y el hombro del joven. Soportar el frío era ya difícil, pero verlos ahí, disfrutando de la noche mientras el calor de ambos los mantenía en armonía, hizo que esa escena fuera una tortura para él. No podía evitar pensar en su amada, en sus besos y el hogar que sus abrazos ofrecían. Le dolía el pecho, pero no de frío, sino de impotencia. Extrañaba hablar de música hasta el cansancio con su hijo. Su sonrisa le hacía falta y solo pudo recurrir al vago recuerdo de ella, pues hacía un mes no los veía. 

Los turnos de guardaespaldas son extensos, la paga no es mala, al menos es suficiente para sostener a su pequeña familia con algunas comodidades, pero el precio que él estaba pagando era enorme. De todos los guardaespaldas que la artista tenía, él era en quien más confiaba. Quizás porque era el único con el que ella podía hablar de música. Él entendía muy bien la diferencia entre ritmo y melodía, cosa que sus compañeros de trabajo ignoraban. De tal manera que su contrato le permitía un fin de semana libre cada mes. Los demás guardias tomaban turnos diurnos o nocturnos, pero él estaba con ella siempre. Así lo había querido la muchacha. Le inspiraba confianza, y por alguna razón ella creía que él entendía su música, o lo que transmitía con ella.

   ––De igual manera la gente seguirá comprando tus discos ––dijo con un tono despreocupado––. Lo importante es que cumplas con el contrato de la productora.
   ––Si, lo entiendo. Es la reacción de mis admiradores la que me preocupa. Siento que  este disco no sigue la línea de los anteriores.
   ––Ya te lo dije, eso no lo sabrás hasta el momento en que el disco salga a la venta. A mi parecer, el disco es perfecto. Quizás tan bueno como el anterior.

Salieron del restaurante y las amigas de Aby Sert se despidieron. Mario la escoltó hasta la camioneta que los esperaba fuera de la plaza. Durante el trayecto los tres permanecieron en silencio. Era raro, ella siempre hablaba por teléfono con alguien, pero esa noche solo miraba por la ventana. 


2



Se dirigió a su habitación y se cambió el traje de corbata por un sudadero, pantalón de lona azul, un gorro y guantes. En la parte trasera de la casa estaba guardada su motocicleta. Se puso el casco, vio el reloj, dio un suspiro de alivio y se dirigió a su hogar. Seguramente su esposa se habría dormido esperando como tenía por costumbre. Llegó cansado, intentó entrar de la forma más sigilosa que pudo, pero su esposa siempre lograba despertarse al escucharlo llegar. Se acercó a la cama y le dio un beso en la frente.

   ––Te hemos extrañado ––soltó un suspiro––. Dany compuso una nueva canción. Está ansioso por que la escuches.
   ––¡Eso es genial!. ––se sentó en la cama–– ¿Cómo es la canción?
   ––Ya sabes que no te diré. Eso estropearía la sorpresa que te ha preparado.
   ––Tienes razón, supongo que tendré que esperar hasta mañana. ––dijo de mala gana.
   ––Supongo que tendrás que esperar un par de horas. ¡Ya es sábado!

La esposa se quiso levantar para calentar la comida, pues apesar de ser las dos de la mañana, sabía que aquel hombre no había probado un bocado desde las cuatro de la tarde del día anterior, cuando tuvo tiempo de almorzar. Mario le dijo que no era necesario que se levantara. Ella insistió, él repitió las mismas palabras. Antes de calentar su cena, fue al cuarto de su hijo. Encendió la luz y parado en el lumbar de la puerta,  observaba todas las paredes del dormitorio. Estaban tapizadas con pósters de Charlie Parker, el saxofonista favorito de ambos. Se preguntó que tan distinto sería el nuevo disco de Abigail. En varias ocasiones habían hablado al respecto del disco. Él dio las recomendaciones que creyó pertinentes, pues después de todo, la música era el aire que respiraba.

Por la mañana Mario y su hijo salieron a correr como lo hacían de costumbre. 
Julio, de diecisiete años, se encontraba cursando el último año del colegio. Era un estudiante extraordinario. Había heredado el temperamento extrovertido de su madre, y su extraña  atracción por la música, de su padre. Quince días atrás Julio había sido uno de los nueve seleccionados por el director del establecimiento, para aplicar a una beca en Ciencias Económicas en la Universidad.Tenía uno de los mejores promedios ese año, y a pesar de ser un joven destacado en todas sus clases, especialmente las numéricas, él sentía que estaba destinado a tocar el saxofón que su padre dejó de tocar.

Corrieron por cuarenta y cinco minutos, y al llegar a la cima de la colina, el papá habló.

   ––Pensé que íbamos a mejorar nuestro tiempo.
   ––Yo lo habría hecho, de no ser por que tengo que llevar tu ritmo tan lento. ––le dio un pequeño empujón a su padre, mientras ambos reían.
   ––¿Ya estás preparado para el examen de la Universidad?.
   ––Sí. Pero tu sabes muy bien que ese no es el camino que quiero tomar.
   ––!No puedes desperdiciar la beca!
   ––!No puedo renunciar a mi sueño! La música es mi vida, y tú lo sabes muy bien. Es más, esta semana compuse una nueva canción.
   ––Eso me dijo tu madre ayer ––lo miró ansioso–– ya quiero que sea la hora de la cena para escucharla.
  
No era la primera vez que tenían conversaciones como esa. El guardaespaldas quería lo mejor para su hijo, pero sabía muy bien que vivir de la música no era fácil. Lo había intentado muchas veces antes que él naciera. A pesar de trabajar muy de cerca de una artista, se había dado cuenta que el talento por si solo no sería suficiente. Ni siquiera Aby Sert lo había podido ayudar, pues aunque lo había escuchado varias veces y había referido al muchacho con  un caza talentos, nada de esto había funcionado y después de dos años consecutivos de audiciones, Julio seguía soñando con la utopía de convertirse en lo que dos décadas atrás su padre soñaba ser. Una estrella de jazz. Si contar con la ayuda de ella fue en vano, ¿qué esperanzas tenía Julio?

Mario y su hijo siguen corriendo. Julio tomó una decisión y escogió el camino para el cual nació. No se conformará con nada menos que eso y su padre corre a su lado. Como una sombra. Cerca, muy cerca.









photo credit: [ changó ] via photopin cc





miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Sombra


Antes de empezar con el cuento, quiero ofrecer una disculpa por la tardanza en publicarlo. He estado muy cargado con el trabajo, pero encontré el tiempo para publicar. 

Lo pensé detenidamente y tomé una decisión. En este blog publicaré únicamente un cuento. Cómo tuve poco tiempo para escribir esta semana. Hoy publicaré la primera parte de este cuento y el domingo en la noche la segunda parte. Sin más preámbulo,  comencemos.




Primera Parte




1

Caminaba con autoridad de señor. Sus pasos sobre la tierra reflejaban la autoridad con la que se imponía. Entró con sus dos amigas al restaurante, el cual está ubicado en una de las plaza más ostentosas de la ciudad. Afuera hacía frío, el cielo completamente despejado dejaba ver las estrellas de colores. Él permanecía de pie, rápidamente miró hacia arriba y en medio de las luces distantes del cielo, logró distinguir una, y aún con la mirada cansada, sonrió con tristeza. Era de color rojo escarlata, su destello era diminuto, pero intenso. Esa estrella, la de su color favorito, le recordaría siempre lo que él aspiró a ser y nunca logró.


Cómo era de esperarse, las personas tardarían no mucho en darse cuenta que la estrella de Jazz comía en aquel lujoso restaurante de ventanas grandes. Poco a poco algunos curiosos se juntaron cerca de la fuente, la cual adornaba el centro de la plaza. Esperaban con ansias el momento que la muchacha que hacía hablar al saxofón, saliera y se dignara en darle una pizca de atención a sus seguidores. Él,callado como de costumbre, constantemente miraba a los lados, tratando de encontrar algún sospechoso. Otro de los guardaespaldas aguardaba a cincuenta metros de la entrada del restaurante. Los tres se comunicaban por medio de oraciones cortas. El chofer debería estar listo para tener el carro enfrente de la plaza al momento que ella terminara la cena con sus amigas. Todos saben que las cámaras de seguridad en los sótanos tienen puntos ciegos, y ese era un riesgo que no se podían permitir. Además a los artistas no les gustan los parqueos bajo tierra. Ella creía que siempre se tiene que salir por el lugar donde halla más probabilidades de ser vista. Le fascinaba dar un par de autógrafos y tomarse fotos con sus admiradores. Después de todo,  ¿a qué muchacha de veintitrés años no le encantaría la idea de tener personas gritando su nombre y rogando por un autógrafo? 


Muy cerca de la media noche y con ese frío punzante que se te mete por los huesos, el guardaespaldas empezó  a temblar. Las noches de noviembre son heladas y de nubes ausentes. Abría y cerraba los puños constantemente, esa era la única forma que tenía de ejercitar los dedos antes de que el hielo de la noche le entumeciera los dedos. Cada vez había menos gente en la plaza, a medida que las agujas del reloj daban vueltas, los admiradores cansados de esperar, se lamentaron el no poder tomarse una foto con su estrella favorita. A esa hora solo permanecía en la plaza una pareja de enamorados. Estaban abrazados de manera envidiable, cubiertos con una pequeña frazada. Ambos tenían gorros y guantes en las manos. El muchacho le hablaba al oído y el rostro de su acompañante reposaba entre el cuello y el hombro del joven. Soportar el frío era ya difícil, pero verlos ahí, disfrutando de la noche mientras el calor de ambos los mantenía en armonía, hizo que esa escena fuera una tortura para él. No podía evitar pensar en su amada, en sus besos y el hogar que sus abrazos ofrecía. Le dolía el pecho, pero no de frío, sino de impotencia. Extrañaba hablar de música hasta el cansancio con su hijo. Su risita le hacía falta y sólo pudo recurrir al vago recuerdo de ella, pues hacía un mes no los veía. Los turnos de guardaespaldas son extensos, la paga es buena y al menos es suficiente para sostener a su pequeña familia con algunas comodidades, pero el precio que el estaba pagando era enorme. De todos los guardaespaldas que la artista tenía, él era en quien más confiaba. Quizás porque era el único con el que ella podía hablar de música. Parecía que él entendía muy bien la diferencia entre ritmo y melodía, cosa que sus compañeros de trabajo ignoraban. De tal manera que su contrato le permitía un fin de semana libre cada mes. Los demás guardias tomaban turnos diurnos o nocturnos, pero él estaba con ella siempre. Así lo había querido la muchacha. Le inspiraba confianza, y por alguna razón ella creía que él entendía su música, o lo que transmitía con ella.

   ––De igual manera la gente seguirá comprando tus discos ––dijo con un tono despreocupado––. Lo importante es que cumplas con el contrato de la productora.
   ––Si, lo entiendo. Lo que quisiera saber es la forma en que reaccionará el público al escuchar la mezcla de géneros que tendrá este nuevo disco.
   ––Ya te lo dije, eso no lo sabrás hasta el momento en que el disco salga a la venta. A mi parecer, el disco es perfecto. Quizás tan bueno como el anterior.

Salían del restaurante charlando de lo más tranquilas. Las tres amigas conversaban sobre el nuevo disco que Aby Sert estaba apunto sacar a la venta. Los dos automóviles ya estaba listos, en la entrada del la plaza, esperando por las señoritas. Se despidieron con un fuerte abrazo y uno de los vehículos se encargó de llevar a casa a las amigas de la artista. En el otro vehículo viajaba el chofer, Aby, y por supuesto, el guardaespaldas. Durante el trayecto los tres permanecieron en silencio. Era raro, ella siempre estaba hablando por teléfono con alguien pero esa noche solo miraba por la ventana. Llegaron a la residencia de la muchacha y hasta que ella hubo entrado a la misma, el guardaespaldas finalmente podría disfrutar de su corto fin de semana.



Continuara...

lunes, 2 de septiembre de 2013

Calendarización de Entradas

photo credit: arquera via photopin cc




Cambié de idea. Creo que lo mejor será enfocarme en una sola cosa. Sé que es más importante escribir un relato de calidad que escribir entradas superficiales con el afán de mantener actualizado el blog.

Por esa razón, sólo publicaré un cuento semanalmente. Trataré la manera de hacerlo los domingos por la noche o los martes.

Gracias por los que han estado pendientes.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Un Cuento sin Nombre








photo credit: osamukaneko via photopin cc


                         ––– Una noche como cualquier otra –––                       

Me presenté tal como lo había prometido, mi visita no resultó como yo esperaba, pero supongo que fue más de lo que ella imaginaba. Tres meses han transcurrido desde la última vez que la vi, cinco meses desde la última vez que le hablé. Dieciséis meses desde la primera vez que me habló.  

La conocí en una conferencia de negocios a la que asistí con mucha expectativa atendiendo a la invitación de un amigo. Todavía recuerdo el olor del café  al entrar al salón. Allí estaba ella cerca de la plataforma rodeada de amigos y amigas. No tengo ni la menor de idea de que hablaban, pero alguna razón presentí que ella no quería estar ahí, la mire fijamente a los ojos y me gustaría decir que ella hizo lo mismo, pero estaría mintiendo. Procedí a llenar la boleta de asistencia, la cual era un requisito para poder escuchar la conferencia. Camine lentamente hacía la mesa donde servían la comida, pedí un taza de café con un cucharadita de azúcar. Mientras me servían el café yo miraba a mi alrededor, toda ésta escena parecía  sacada de una película donde la gente rica se reúne en eventos de caridad a presumir lo fabulosa que es su vida. Yo, en mi caso decidí sentarme mientras revisaba mi reloj para asegurarme de que había llegado a tiempo. Ya no recuerdo cual fue el motivo por el cual el orador se presentó tarde esa noche, pero si recuerdo perfectamente las palabras que ella me dijo al acercarse a mi.

––Leer un libro en lugar como este es una buena excusa para evitar hablar con las personas.
––Sólo trato de aprovechar un poco el tiempo, el orador todavía no ha llegado ––le dije mientras recostaba mi espalda en el respaldo de la silla y la        miraba directo a los ojos.

Ella no respondió, únicamente sonrió mientras miraba fijamente su taza de café. De pronto sentí como si la hubiera conocido, tuve la sensación de que éramos viejos amigos, de manera que no era necesario llenar espacios con palabras vacías para que nuestra pequeña conversación no estuviera ausente de sustancia.  No sé exactamente que era lo que ella pensaba, pero me atrevería a pensar que por un momento quiso sentarse a mi lado, sin embargo después de un sorbo de café se despidó y allí me dejó con una sonrisa en el rostro. El resto de la noche fue realmente agradable, el orador se presentó y disertó una gran conferencia sobre la importancia de perseguir tus sueños a toda costa. La velada terminó y me retire pensando si acaso la volvería a ver. A medida que caminaba lentamente y escuchaba la serenata de grillos que cantaban a la luna, yo me preguntaba si mi amigo la conocería, de más esta decir que él no se presentó. 

Llegué al parqueo, abrí la puerta del carro, entré y antes de encender el carro suspire mientras en mi mente recreaba el escenario completo del momento cuando ella me habló. Cerré los ojos al mismo tiempo que encendía el carro y me dirigía a mi casa pensando que hacer para volverla a ver.



photo credit: Niels Linneberg via photopin cc
                                                         

                                                                     ––– La foto  ––––

Héctor estaba entusiasmado. Sus fotos habían sido lo suficientemente buenas como para presentarlas en la final de la Galería de Fotos de la Municipalidad. Esa tarde nos habíamos reunido todos los amigos más cercanos en la casa de Roberto. La noticia de la exposición nos alegró a todos y de una forma genuina nos habíamos reunido a celebrar el logro ajeno. Platicamos acerca de los nuevos proyectos que cada uno tenía sobre la fotografía. En lo que a mi respecta, yo era el más novato de todos. A decir verdad, ni siquiera tenía una cámara, pero mi pasión por aprender me permitía rodearme de personas hábiles que estaban dispuestos a enseñarme todo cuanto sabían a la velocidad de mi interés.  

La fila para entrar era ya larga y a pesar de llegar relativamente temprano, había una gran cantidad de personas esperando para entrar. El cielo lucía sus mejores galas. Muchos de los fotógrafos en la fila se lamentaban el no tener su cámara cerca para congelar dicho espectáculo de colores. Es que los atardeceres de noviembre son tan contradictorios. Sus colores cálidos merecen ser congelados por el dulce frío que el viento sabe provocar solo en esa época del año. Me sentía emocionado, era la primera exposición a la que asistía.
––Es importante estudiar cada detalle ––me dijo Manuel mientras se ajustaba la corbata de color rojo y movía el cuello a los lados ––. Los pequeños detalles hacen una gran fotografía y solo si logras transmitir eso, tu fotografía puede llegar a ser muy valiosa. Asentí y le pregunté acerca de las fotografías abstractas y todo el arte escondido en ellas.
–– ¿Cómo puedo entender lo que el autor de la foto quiso transmitir si no hay un concepto claro? –– Intente formular mi pregunta de una manera más sencilla –– Si no entiendo una foto, ¿de qué manera puedo apreciar algo que no entiendo? –– Ya lo entenderás ––sonrió mientras me daba palmadas en la espalda ––. Asistir a Galerías donde expongan todo tipo de fotografía es elemental para formar un juicio propio, ya conseguirás apreciar el arte abstracto. Encogí los hombros al mismo tiempo que mis labios dibujaban una leve sonrisa.

Las personas empezaron a entrar al recinto donde los expositores  nos esperaban para mostrar su trabajo, así mismo nosotros empezamos a avanzar. Manuel era un gran fotógrafo, pero en esa ocasión no quiso participar, sino solamente apreciar el arte de sus colegas. Al fin entramos, aquel lugar era muy elegante, las lámparas coloniales me recordaban a la casa de mi abuela. Nuestro amigo era uno de los últimos  de la sección de Fotografía Contemporánea, sus fotografías eran sutiles, bellas, crudas y conmovedoras. Niños bebiendo agua de estanque, señores con sonrisa vacía, reflejando pena o dolor. Bebés raquíticos llorando de hambre, una anciana con las manos extendidas al cielo, rogando misericordia, entre otras. En fin una gran colección de emociones espontáneas y genuinas. Todos felicitamos a nuestro amigo por su gran trabajo. Las fotografías estaban a la venta y me alegra decir que al final de la noche, logró venderlas, casi todas.

Nos dividimos y cada quien fue a ver el trabajo de otros fotógrafos, habían muchos y era muy probable que no te alcanzará el tiempo para ver y apreciar, estudiar y criticar todas las fotos que se expusieron esa noche. Empecé a subir las gradas hacía el segundo nivel, mientras me imagina lo grandioso que sería exponer tu trabajo en un lugar como ese. En el piso de arriba no había tanta gente como en el primero. A muy pocos les interesa el arte abstracto, o muchos como yo no lo pueden entender. Todas las fotografías eran raras, colores, y formas sin sentido. No podía permanecer mucho tiempo observando, simplemente no sabía que ver o dejar de ver. Pero una de todas me llamó la atención, era la última del primer bloque. La vi cuando apenas empezaba a caminar por los largos pasillos de paredes blancas, pero no le di mucha importancia. Además una muchacha y una anciana ya permanecían ahí admirando, supongo, la fotografía. Me acerqué, para ver que podía ser tan interesante, revisé mi reloj y alrededor de veinticinco minutos habían transcurrido desde el momento en que las vi contemplando la misma foto. La fotografía mostraba a una mujer de color turquesa,fucsia y púrpura. Era simplemente hermosa, me acerqué un poco más para verla de cerca. Cada detalle de su rostro era excepcional.
De pronto, la muchacha se dirigió a la mujer que tenía a su lado.
––Creo que ha sido suficiente por hoy, abuela. –– La mujer de pelo blanco no respondió palabra alguna, solo asintió con la cabeza y se dio la media vuelta para marcharse. Antes de que ella se moviera y mientras nuestras miradas se fijaban en aquella mujer de la pared, sin voltearla a ver le dije –– Encantadora, supongo que esa esa la palabra correcta.
––Yo creo que sí–– dijo mientras sonría y dirigía su mirada hacía mi, al momento de marcharse, sin decir nada más.  

En algún lugar escuche que una imagen dice más mil palabras. Esa noche comprobé que el dicho es una mentira. No necesito mil palabras sino un silencio extenso para expresar lo que siento al recordar esa imagen. Pero no, no me refiero a la fotografía colgada en la pared, sino a la imagen y el recuerdo de sus ojos y sonrisa. Ella era la muchacha que hacía nueve meses no había vuelto a ver.


                                                                        –– Volverla a ver ––

––Te felicito, me alegra verte sobresalir en tu profesión –– me despedía de Hector con un fuerte abrazo.
––Gracias por venir.  Pero sobre todo gracias por comprar algunas de mis fotos. Aunque me hubiera gustado que salieras de aquí solo con fotos mías.–– su comentario me dio más risa que pena ––. Nos vemos el domingo. ––me dijo al despedirse.

Todos nos retiramos, excepto yo. Todos mis amigos se habían retirado, incluso yo, pero mi mente permanecía al final de ese pasillo. Me reprochaba a mi mismo por no haber corrido tras ella. Es realmente interesante lo ingeniosa que puede ser la mente cuando ya no está sometida a  tanta tensión. Al llegar a casa se me ocurrieron al menos siete maneras distintas en las cuales pude haber abordado una conversación mientras mirábamos aquella foto. Me imaginé que pasaría lo mismo que ocurrió la primera vez que la vi. Solo era cuestión de esperar algunos días y la volvería a olvidar como lo pude hacer la primera vez. Pero eso nunca pasaría. De hecho nunca la olvide. Los días se hicieron semanas y las semanas se hicieron meses. Tres para ser exacto.

La última vez que la vi fue la tarde que me baje del avión en Miami. Era un viaje de negocios prometedor. Me dirigía a Ohio para cerrar un negocio con un cliente muy importante, y me era necesario hacer una escala en la Tierra de Disney. Mis planes consistían atender mis reuniones de trabajo para luego poder regresar  a las playas de Miami y descansar de todo el trajín que el mundo de los negocios provoca. Empecé a caminar para formarme en la fila de pasajeros que abordarían tercera clase. Si quería pasar unos días de vacaciones no podía darme el lujo de viajar en primera clase. Además a quien le importa ir en primera clase, si ambas clases llegan a su destino.
––Pasajeros de primera clase con destino a Ohio, abordar por el Gate número dos–
Las personas que viajan en Primera Clase son las que  inician abordando el avión y  se sientan hasta adelante, en la sección más próxima a la cabina. De manera que cuando uno llega a su destino, estos pasajeros no tienen que esperar a nadie para salir del avión. Una pareja de ancianos de unos ochenta y cinco años fueron los primeros en formarse en la cola de primera clase. Posterior a ellos estaban dos señoras alemanas que no paraban de hablar y de reír. Como sabía que tenía que esperar que la primera clase abordara decidí jugar ajedrez en el celular. Nunca le gano a la maquina, pero valía la pena probar otra vez mientras los adinerados entraban en el avión.

A mitad de partida el cuello me empezó a doler. Hice un movimiento circular mientras movía la cabeza de izquierda a derecha. En el momento preciso cuando terminaba de trazar el circulo imaginario. La logré ver entrando en el Gate número Tres. Fue sólo por un instante, pero es imposible que alguien como yo olvide un rostro como el de ella. No fue su aparición inesperada lo que me dejó estupefacto, sino el destello de su dedo anular al momento de recogerse el cabello mientras la persona de al lado entregaba ambos pasaportes.

Ya pasó tiempo suficiente desde aquella tarde. Aunque ya no la he vuelto a ver, es imposible no recordarla. Ella es lo primero que observo al despertarme y sentarme en mi cama por las mañanas y lo último que veo al acostarme por las noches. ¿Cómo olvidarla? si todavía permanece colgada en mi pared, la foto que compré en la exposición de Hector. Aquella foto abstracta de la mujer de color turquesa, fucsia y púrpura. La foto de la mujer que nunca volví a ver.
photo credit: kaneda99 via photopin cc 


Empecé a escribir este relato hace algunas semanas. Nunca lo hice con la intención de publicarlo en el blog, pues hasta ese entonces todavía no me decidía por crearlo.

Ayer que hice la primera entrada explicando el nombre, no se me ocurrió otra cosa que publicarlo. Creo que el concepto de Festina Lente está escondido de una u otra forma en este cuento.


¿Qué te pareció? o mejor aún, ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?

Todavía no decido como llamarlo. ¿Qué nombre le ponemos?

Gracias por leer y comentar.







sábado, 31 de agosto de 2013

Festina Lente y su significado

Primero que nada déjame presentarme.

Mi nombre es Leví, y por más de seis años he tenido la inquietud de hacer un blog, la idea llegó tan fácil y así se fue. Ha venido y se ha ido durante todo este tiempo, pero fue hasta ahora que finalmente me  tomé el tiempo de hacerlo. Empecemos por explicar el nombre de este blog.


¿Qué significa Festina Lente?

Apresúrate Lentamente.

Este era un refrán que el emperador romano Augusto citaba con frecuencia. Pero fue Erasmo de Rotterdam el que inmortalizó la frase en su libro Adagios.


 Erasmo creía que esta frase puede interpretarse de tres maneras. Primero, en el sentido de que antes de tomar una decisión uno debe meditarla cuidadosamente, pero una vez elegido un curso de acción, el mismo debe seguirse con resolución y celeridad. Segundo, en el sentido de que es necesario moderar las pasiones por la razón. Tercero, en el sentido de que debe evitarse esa excesiva prontitud que es considerada una gran virtud por todos aquellos que ven en cualquier demora un retroceso.

Para Erasmo, quien siga esta máxima siempre actuará en el momento adecuado y en la medida justa. Su vigilancia evitará que sea demasiado lento y su paciencia, que se apresure más allá de lo conveniente.                                                                                                                  


                                                                               photo credit: Frodrig via photopin cc





En pocas palabras, Festina Lente es una máxima que busca alertarnos a tomar las decisiones correctas en el tiempo correcto.  Es por eso que, luego de haber explicado el nombre del blog, quiero iniciar la primera entrada formal con un cuento que escribí hace poco, el cual encierra la esencia de Festina Lente. Por cierto, es un cuento sin nombre.


¿Qué crees que significa la imagen de arriba?