miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Sombra


Antes de empezar con el cuento, quiero ofrecer una disculpa por la tardanza en publicarlo. He estado muy cargado con el trabajo, pero encontré el tiempo para publicar. 

Lo pensé detenidamente y tomé una decisión. En este blog publicaré únicamente un cuento. Cómo tuve poco tiempo para escribir esta semana. Hoy publicaré la primera parte de este cuento y el domingo en la noche la segunda parte. Sin más preámbulo,  comencemos.




Primera Parte




1

Caminaba con autoridad de señor. Sus pasos sobre la tierra reflejaban la autoridad con la que se imponía. Entró con sus dos amigas al restaurante, el cual está ubicado en una de las plaza más ostentosas de la ciudad. Afuera hacía frío, el cielo completamente despejado dejaba ver las estrellas de colores. Él permanecía de pie, rápidamente miró hacia arriba y en medio de las luces distantes del cielo, logró distinguir una, y aún con la mirada cansada, sonrió con tristeza. Era de color rojo escarlata, su destello era diminuto, pero intenso. Esa estrella, la de su color favorito, le recordaría siempre lo que él aspiró a ser y nunca logró.


Cómo era de esperarse, las personas tardarían no mucho en darse cuenta que la estrella de Jazz comía en aquel lujoso restaurante de ventanas grandes. Poco a poco algunos curiosos se juntaron cerca de la fuente, la cual adornaba el centro de la plaza. Esperaban con ansias el momento que la muchacha que hacía hablar al saxofón, saliera y se dignara en darle una pizca de atención a sus seguidores. Él,callado como de costumbre, constantemente miraba a los lados, tratando de encontrar algún sospechoso. Otro de los guardaespaldas aguardaba a cincuenta metros de la entrada del restaurante. Los tres se comunicaban por medio de oraciones cortas. El chofer debería estar listo para tener el carro enfrente de la plaza al momento que ella terminara la cena con sus amigas. Todos saben que las cámaras de seguridad en los sótanos tienen puntos ciegos, y ese era un riesgo que no se podían permitir. Además a los artistas no les gustan los parqueos bajo tierra. Ella creía que siempre se tiene que salir por el lugar donde halla más probabilidades de ser vista. Le fascinaba dar un par de autógrafos y tomarse fotos con sus admiradores. Después de todo,  ¿a qué muchacha de veintitrés años no le encantaría la idea de tener personas gritando su nombre y rogando por un autógrafo? 


Muy cerca de la media noche y con ese frío punzante que se te mete por los huesos, el guardaespaldas empezó  a temblar. Las noches de noviembre son heladas y de nubes ausentes. Abría y cerraba los puños constantemente, esa era la única forma que tenía de ejercitar los dedos antes de que el hielo de la noche le entumeciera los dedos. Cada vez había menos gente en la plaza, a medida que las agujas del reloj daban vueltas, los admiradores cansados de esperar, se lamentaron el no poder tomarse una foto con su estrella favorita. A esa hora solo permanecía en la plaza una pareja de enamorados. Estaban abrazados de manera envidiable, cubiertos con una pequeña frazada. Ambos tenían gorros y guantes en las manos. El muchacho le hablaba al oído y el rostro de su acompañante reposaba entre el cuello y el hombro del joven. Soportar el frío era ya difícil, pero verlos ahí, disfrutando de la noche mientras el calor de ambos los mantenía en armonía, hizo que esa escena fuera una tortura para él. No podía evitar pensar en su amada, en sus besos y el hogar que sus abrazos ofrecía. Le dolía el pecho, pero no de frío, sino de impotencia. Extrañaba hablar de música hasta el cansancio con su hijo. Su risita le hacía falta y sólo pudo recurrir al vago recuerdo de ella, pues hacía un mes no los veía. Los turnos de guardaespaldas son extensos, la paga es buena y al menos es suficiente para sostener a su pequeña familia con algunas comodidades, pero el precio que el estaba pagando era enorme. De todos los guardaespaldas que la artista tenía, él era en quien más confiaba. Quizás porque era el único con el que ella podía hablar de música. Parecía que él entendía muy bien la diferencia entre ritmo y melodía, cosa que sus compañeros de trabajo ignoraban. De tal manera que su contrato le permitía un fin de semana libre cada mes. Los demás guardias tomaban turnos diurnos o nocturnos, pero él estaba con ella siempre. Así lo había querido la muchacha. Le inspiraba confianza, y por alguna razón ella creía que él entendía su música, o lo que transmitía con ella.

   ––De igual manera la gente seguirá comprando tus discos ––dijo con un tono despreocupado––. Lo importante es que cumplas con el contrato de la productora.
   ––Si, lo entiendo. Lo que quisiera saber es la forma en que reaccionará el público al escuchar la mezcla de géneros que tendrá este nuevo disco.
   ––Ya te lo dije, eso no lo sabrás hasta el momento en que el disco salga a la venta. A mi parecer, el disco es perfecto. Quizás tan bueno como el anterior.

Salían del restaurante charlando de lo más tranquilas. Las tres amigas conversaban sobre el nuevo disco que Aby Sert estaba apunto sacar a la venta. Los dos automóviles ya estaba listos, en la entrada del la plaza, esperando por las señoritas. Se despidieron con un fuerte abrazo y uno de los vehículos se encargó de llevar a casa a las amigas de la artista. En el otro vehículo viajaba el chofer, Aby, y por supuesto, el guardaespaldas. Durante el trayecto los tres permanecieron en silencio. Era raro, ella siempre estaba hablando por teléfono con alguien pero esa noche solo miraba por la ventana. Llegaron a la residencia de la muchacha y hasta que ella hubo entrado a la misma, el guardaespaldas finalmente podría disfrutar de su corto fin de semana.



Continuara...

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