domingo, 18 de enero de 2015

Resiliencia


photo credit: amayzun via photopin cc

Por lo general las personas prefieren recordar en lugar de imaginar. Seguramente porque esto último tiene que ver con lo desconocido, con lo incierto. Hay muchas cosas en juego cuando se decide intentar algo nuevo. Perder es una de ellas. Eso me recuerda al día que lo perdió todo. 

La otra tarde iban en el carro. Lo acompañaba su amigo. Hablaban sobre el clima y un posible viaje a la playa. Esa había sido una tarde pesada para ambos. Él sentando en el asiento del copiloto reía de alguna broma sin sentido de su compañero, después de todo ya se había acostumbrado a sus ocurrencias. Tenía la sonrisa cansada, sin embargo era feliz haciendo lo que hacía. Esa mañana ambos dejaron sus casas con entusiasmo al dirigirse al trabajo. Durante el almuerzo hablaron sobre los planes para el futuro. La imagen mental que tenían era la promesa de un porvenir grande, sin embargo es tarde en el almuerzo solo imaginaban.

Al terminar de comer se dirigieron a la tienda de trofeos. Él necesitaba dos y ya estaban pagados. Tenía tiempo suficiente para recogerlos otro día, pero quiso aprovechar la oportunidad, y recogerlos esa misma tarde. Frente a la tienda el parqueo era escaso, de manera que tuvieron que parquear el carro en la siguiente cuadra, frente a la gasolinera, la que tenía una patrulla de la policía al lado. Contrario a lo que el encargado había prometido, los trofeos no estaban terminados. Eso ya no importó pues ya estaban allí, así que decidieron esperar los quince minutos. Los quince minutos se hicieron media hora, y la media hora se hizo una hora. Finalmente estaban listos. Apresuraron el paso para llegar al carro, el lugar era un tanto peligroso y la hora pico había empezado.

  ––Abrieron el carro.––hizo una breve pausa–– Se llevaron el radio.

Su rostro denotaba espanto. La voz le había salido temblorosa y frágil. Él no dijo nada, tan solo rodeó el carro y se dirigió a la puerta del piloto. El vidrio estaba quebrado, regado en el suelo y dentro del carro. Rápidamente miró hacia la parte trasera del vehículo como si el vidrio y el radio fuera cosa sin importancia. En los sillones de atrás no había nada. Es decir no quedó nada. Los habían removido y el baúl estaba totalmente vacío. 

A decir verdad quedaba algo, una vieja manguera que le hacía de testigo. Ella estuvo allí cuando pasó, pero nunca diría nada. Al darse cuenta de lo sucedido respiró profundo, con la intensidad necesaria para que sus pulmones se llenaran de enojo. Luego exhaló lentamente vaciando sus pulmones. La ira permanecía dentro. Se llevó las manos a la frente y las deslizó por su cabello con desesperación. Se detuvo por un momento a ver la palma de sus manos. Ya estaba sudando, agitado.

––Vamonos.

Eso fue todo lo que dijo. Su compañero hizo un breve esfuerzo por remover lo pequeños trozos de vidrio que estaban sobre el sillón. Arrancaron el carro y se largaron de allí. No había mucho que se pudiera hacer. La gente alrededor los observaba con lástima. Seguramente habían visto cuando pasó, pero ambos sabían que nadie iba a hablar y si lo hacían ya nada se podía hacer. 

El camino se hizo más largo de lo que él hubiera querido. Su amigo en el volante callaba, no tenía nada que decir o simplemente prefirió guardar silencio. En el asiento de al lado él callaba con los puños cerrados. El tráfico era insoportable, él hubiera preferido viajar a un destino muy lejos, siempre y cuando el carro avanzará rápido, pero eso no pasó, el carro se movía lento, muy lento en medio del tráfico de las cinco de la tarde. Perdida y vacía era su mirada. Su pecho se ensanchaba a medida que respiraba y sentía como la sangre le hervía por dentro, tanto que  le quemaba. Le habían robado todo lo que tenía. Todos sus ahorros invertidos. Su equipo y herramientas, todo excepto una vieja manguera. Se sentía como un niño pequeño e impotente al cual le destruyen su pequeño castillo de arena en la playa. Le tomó el tiempo de tres canciones para que la primera lagrima se escapara de sus ojos. Estaba cargada ira. Apretaba fuertemente sus puños y mandíbula como si quisiera contener un grito. Le harían falta unas dos horas para llegar a casa, ya entonces podría llorar en paz.

Las perdidas en la vida son inevitables e incluso hasta cierto punto necesarias. En ellas se encuentra el aprendizaje que solo un nuevo inicio sabe otorgar. Dejamos de intentar nuevas cosas, enfrentar nuevos retos, emprender nuevos caminos, porque el miedo a perder pareciera más grande que la oportunidad de crecer. El miedo es una voz. Un ruido. Muchas cosas hubiéramos logrado ya sí tan solo decidiéramos escuchar el susurro silencioso del porvenir que con cada amanecer trae consigo una invitación que pasa inadvertida a casi todos.

Las perdidas ocurren, pero lo único que  en realidad importa es lo que  queda dentro de nosotros, no lo que se fue o nos quitaron. Resiliencia, así le dicen, a la capacidad de sobre ponerse a cualquier tipo de caída, perdida, fracaso o el nombre que esta tenga. Es esa habilidad que se adquiere únicamente cuando se es sometido a presión. Es esa elasticidad que aumenta solo cuando la tensión se incrementa. No creo que exista un mejor ejemplo como la vida de José, quien fue vendido por sus hermanos como un vil esclavo. De ser el hijo consentido pasó a ser un esclavo, de esclavo a mayordomo del general del ejercito. De mayordomo del general del ejercito a prisionero. De prisionero a jefe de la cárcel. De jefe de la cárcel a interprete de sueños. De interprete de sueños a Señor de Egipto.

Todas las cosas ayudan a bien a los que a Dios aman, y no existe ningún despropósito alguno cuando después de una perdida nuestra fe es fortalecida. No es lo que te arrebataron de las manos, tampoco la ausencia de las cosas que tus ojos miran, sino la visión de un sueño más grande lo que te empuja hacia adelante cuando tus pies y manos ya se cansaron de trabajar. Resiliencia. Tropezar, desfallecer, rodar y continuar. Levantarse, caer y rebotar para saltar más alto, de eso se trata la vida. 

El año apenas comienza y está lleno de muchos desafíos inciertos. Sí te caíste o te botaron eso ahora no importa mucho, tampoco importa que fue lo que te quitaron o perdiste. Eso ya no está, se fue. La pregunta relevante es ¿Qué tan alto será ese rebote? Porque cuando Dios dijo que los planes que tenía para nosotros eran planes de bien, hizo una afirmación acerca de su intención de bienestar para ti y para mí. Sin embargo es necesario crecer, aunque a veces duela. Hay que intentarlo una vez más, no con el miedo de que lo que puedo volver a perder, sino con el entusiasmo de un niño que cree en la promesa de alguien que ama.

Ya dos meses pasaron desde esa tarde de noviembre. Volví a empezar. De cero, sin nada más que una vieja manguera y un sueño en mi corazón. Me quitaron todo lo que tenía para trabajar. Mi carro era mi oficina, mi empresa, mi machete y se lo llevaron. Todo.

Sin embargo hay algo que se quedó conmigo muy dentro de mí, y es la promesa de alguien que amo. Dios me dijo que no debo tener temor a mal alguno, porque el bien y la misericordia me han de seguir todos los días de mi vida.

Sigo trabajando mientras reconstruyo las paredes que intentaron derribar. Ellos no sabían que mis cimientos están fundados en la roca. Hoy entre otras cosas escribo y comparto esta experiencia por primera vez. Me preparo para ese rebote que me llevará más alto y más lejos de lo que había imaginado.



Una nueva semana está por empezar y la pregunta relevante es ¿Qué tan alto será tu rebote?

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