domingo, 4 de enero de 2015

Epitafio Ausente

   


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    ––!Diles que no me lleven, Hector!  ––gritaba––. !Diles que no me lleven, fue una trampa!
    ––No hay nada que pueda hacer. Lo siento.
    ––Fue una trampa de Casimiro. El bastardo me tendió una trampa. Lo sabes, ¡Ayúdame!

Se llevaron a Manuel arrastrado por toda la ciudad, desde el puerto hasta la oficina del alguacil para ser juzgado. La gente del pueblo murmuraba y las especulaciones de lo que había pasado en puerto no eran pocas. Varios disparos, mercadería robada y un guardia de seguridad muerto era el saldo del suceso de ese fatídico lunes por la madrugada. La semana apenas iniciaba y su vida empezaba a acabarse de poquito.

La noche anterior el marinero había salido a tomar un paseo a orillas de la playa. Buscaba con algunos tragos olvidar por una noche las penas que lo agobiaban. A decir verdad, no eran penas. Era pura desesperación e impaciencia. Veinticinco años tenía el muchacho, pero su rostro lo hacía parecer más viejo. Faltaban pocas semanas para terminar su turno en ese viaje pesquero. Ya estaba exhausto y solo quería volver a descansar a casa, sin embargo aquel viaje era la promesa de un futuro mejor. Así que valía la pena el esfuerzo. Era un muchacho de trabajo decidido y audaz.

Tenía muchos amigos, o al menos eso creía. Cada viaje a las diferentes ciudades que visitaban era la oportunidad perfecta para conocer nuevos lugares por las noches mientras  esperaban la madrugada del siguiente día para zarpar. Las estrellas del cielo eran su fascinación y a menudo encontraba formas en las mismas y en las nubes. Pero esa noche quería tomar un trago. La idea de caminar por la orilla de la playa lo relajaba y con el fin de salir a tomar un poco de aire fresco salió esa noche.

Dentro del bar tocaba un viejo de pelo largo. Cantaba las canciones que se cantan en un bar y los borrachos coreaban su favoritas con devoción. Manuel pidió el mismo trago de siempre y callado frente a la barra miraba al rededor buscando algún rostro que le fuera familiar. Del otro lado, estaba uno de sus compañeros junto con dos caballeros mayores que el. Hacía alarde de sus hazañas en alta mar, mientras que sus amigos se reían burlonamente como si supiesen todas las historias. Manuel, al verlos, atravesó el bar para sentarse con su amigo que le hacía de payaso al fondo del local, junto a la ventana.

Casimiro dio voces a gritos de celebración y lo invitó a unirse a la conversación. Resultó ser que los caballeros eran trabajadores del banco de la ciudad que visitaban y amigos de antaño. Charlaron de trivalidades durante unas 3 horas. Los primeros en irse fueron los banqueros. Posteriormente los dos amigos salieron del bar camino a la pensión donde se hospedaban. Justo cuando pasaban por el embarcadero, Casimiro golpeando su cabeza pegó el grito. Había dejado la llave de su habitación en el camarote es tarde al salir de trabajar. Caminando hacia al barco le pidió a Manuel que lo acompañara a traer la llave.

   ––¿Estás loco? Mateo te va pegar un plomazo.
   ––No seas cobarde. Vamos entrar a escondidas, no nos va a escuchar. Además está dormido.
   ––Bajá la voz ––susurró molesto Manuel–– lo vas a despertar.

Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando el amigo de Manuel y compañero de trabajo fue por sus llaves. Pocas cosas recuerda Manuel de lo que pasó esa hora. Habrá esperado unos quince minutos y al ver que su amigo tarda en salir, decide entrar, a escondidas, esperando no ser visto por el guardia. Oscuridad, dos disparos y un fuerte golpe en la cabeza es todo lo que recuerda. Los primeros en llegar son los trabajadores del barco vecino, quienes alertaron a  al capitán del barco.

Manuel despierta tendido en el suelo con el rifle en las manos. Frente a él yace un hombre moribundo que pierde mucha sangre y pide auxilio con la poca voz que le queda. Lo que sucedió después poco importa y no hace falta decirlo. El barco está por zarpar en cuestión de horas y esto es un negocio que depende del tiempo y la marea. Alguien tiene que hacerse responsable por el muerto. El barco tiene que partir.

   ––!Diles que no me lleven, Hector!  ––gritaba––. !Diles que no me lleven, fue una trampa!
   ––No hay nada que pueda hacer. Lo siento.
   ––Fue una trampa de Casimiro. El bastardo me tendió una trampa. Lo sabes, ¡Ayúdame!

Le truncaron el futuro con el mismo fuerzo que requiere arrancar una flor del campo. Manuel, condenado a vivir en un celda hasta morirse, llora.

Llora porque es injusto y porque no hay otra cosa que se pueda hacer en una celda, sino llorar. Es un muchacho de palabra que va a morir del otro lado del mundo, sin que nadie sepa porqué y cómo.

Vive muriendo de poquito, sin cumplir su promesa y llora porque nadie sabrá donde será su tumba, y porque en el Puerto de San Blás no habrán bienvenidas ni reencuentros. Nunca regresará, no porque no quiera, sino porque no puede. Allí en el muelle lo espera su amada. El dijo que volvería.





// Nadie sabe que paso en realidad con Manuel. Ni siquiera sabemos si ese era su nombre, pero si que alguien nunca lo olvidó. 

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